Antes de entrar de lleno en el tema del Santo Oficio y la persecución de brujas en Europa, permitan que haga una breve introducción de la creencia en la brujería como un viejo fenómeno universal. Porque la creencia en las brujas, no fue -como mucha gente cree, y como puede leerse por ejemplo en la Enciclopedia de la brujería y demonología de Robbins (1959, 1992)- invención de la Iglesia.
La creencia en las brujas rebosa de elementos animistas, que revelan su antigüedad: Cuando la bruja se "come" a un ser humano no es la carne sino el "espíritu" de la carne lo que devora. Pero esto se cree suficiente para que la víctima se consuma y muera.
Parece que nos hallamos ante un único e idéntico complejo de tradiciones, difundido por todo el viejo mundo. Puede comprobarse lo mucho que tienen en común las creencias brujeriles europeas, asiáticas y africanas. Las ideas, por ejemplo, de juntas secretas de brujas, que en sus "aquelarres" nocturnos celebran banquetes a base de la carne de sus propios parientes; y la de que la brujería sea un poder innato para dañar a otros, transformarse en animales y volar por los aires, las comparten los tres continentes. Incluso algo tan específico como es el dejar en la cama un cuerpo fingido, en lugar del propio mientras la bruja acude al aquelarre, lo encontramos tanto en Asia, como en África y Europa. Son especialmente asombrosas las similitudes entre las creencias en brujas de Europa y la India, las cuales, en ambos casos, se remontan a la temprana Antigüedad (Henningsen 1997).
Para una mente teológica, la brujería, tal como lo concebía el pueblo, resultaba absolutamente inaceptable. Por eso la Iglesia desechó desde un principio estas creencias como supersticiones paganas.
De ello tenemos ejemplo en Dinamarca. En el año 1080 escribió el papa Gregorio VII al rey Harald de Dinamarca quejándose de que los daneses tuviesen la costumbre de hacer a ciertas mujeres responsables de las tempestades, epidemias y toda clase de males, y de matarlas luego del modo más bárbaro. El papa conminaba al rey danés para que enseñase a su pueblo, que aquellas desgracias eran voluntad de Dios, la cual deberían complacer con penitencias y no castigando a presuntas autoras.
La sabiduría de esta postura se refleja también en una crónica eclesiástica, al referir el caso de tres mujeres, quemadas por envenenadoras y perdedoras de personas y cosechas en 1090, cerca de Munich, diciendo de ellas, que murieron mártires.
De acuerdo con esta postura de la Iglesia no encontramos nada sobre las brujas en los más antiguos manuales del Santo Oficio. En el más antiguo, escrito por el inquisidor Bemard Gui, refiriéndose al año 1324, bajo el título "De sortilegis et divinis et invocatoribus demonorum" se citan diversas prácticas mágicas y de adivinación, junto con algunos conjuros al demonio. Lo más que se acerca a las brujas es al comentar sobre "fatis mulieribus quas vocant ´bonos res´ que, ut dicunt, vadunt de nocte" (Hansen 48). Las hadas que la gente con un eufemismo llamaba "la cosa buena" parece referirse a lo que en otro lugar se denomina "el aquelarre blanco" (Henningsen 1991).
El manual de Eymeric de 1376 tampoco entra en el terreno de las brujas, pero reproduce la condena que el Canon episcopi (incluido en el Decreto de Graciano, 1140) hace de aquellas mujeres que se creen capaces de volar por las noches en el cortejo de la diosa Diana. Por añadidura, dicho manual de Eymeric incluye el decreto del papa Juan XXII, de 1326, contra diversas formas de culto al demonio.
En la versión comentada que Francisco Peña publicó en 1578 del manual de Eymeric, se habla bastante sobre la conjuración al demonio y la relación que con éste tienen los magos; pero la mención del aquelarre sigue brillando por su ausencia. En todos esos manuales es notorio que el sortilegio ocupa el último lugar en la jerarquía de las herejías (Bethencourt 1994:180 f.).
Por desgracia, la sabia postura de la Iglesia cambia alrededor de 1400, al ser reinterpretada la noción popular de la brujería, de modo que ésta resultaba también posible desde el punto de vista teológico. Los detalles sobre lo que se consideraba una nueva secta de brujos los encontramos por primera vez en dos tratados escritos a mediados de la década de 1430. El uno: “Ut magorum et maleficiorum errores”, por Clode Tholosan, juez seglar en la provincia de Dauphine. El otro: “Formicarius”, por el dominico Juan Nider. Con ambos se inicia la interminable serie de tratados demonológicos de los siglos XV, XVI y XVII.
No es mi intención dar un repaso a esta literatura ahora. En su lugar voy a hacer una breve comparación entre la creencia popular en las brujas y la teoría demonológica, fundada en los principios teológicos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, los cuales se mantuvieron casi sin modificación durante todo el periodo.
El concepto popular de la brujería como poder natural innato de la persona, se seguía rechazando. Sin embargo se admitía la existencia de brujas. Mas dichas brujas para poder obrar tenían necesariamente que haber pactado con el demonio. Del mismo modo se redefinió el don brujeril de transformarse en animales. Que el alma humana pudiera meterse en un animal -desde un punto de vista teológico- era imposible. Si la bruja se creía capaz de algo así, se lo debía al arte ilusorio del demonio.
"A nadie le hagan creer, que un ser humano realmente pueda transformarse en animal", dice el Compendium maleficarum de Guazzo de 1608. A continuación siguen refinadas explicaciones de cómo el demonio puede inducir a una bruja a creerse transformada en lobo. Por ejemplo, puede el demonio del simple aire crear una forma de lobo e introducirse él dentro de la misma, para hacer luego todo tipo de descalabros. Mientras tanto yace la bruja en su cama y experimenta su apariencia de lobo como un hecho absolutamente real. En caso de que alguien consiguiese herir al ilusorio lobo, el demonio procuraría herir a la bruja del mismo modo y en la misma parte del cuerpo, de modo que la bruja, al despertar, crea firmemente que todo ha ocurrido en realidad (Guazzo 1929:51).
Un problema especial representaba para los teólogos el supuesto vuelo de las brujas. Según la noción popular, el alma humana abandona el cuerpo, dejando a este yacer como sin vida. Mas esta explicación era inaceptable para los teólogos. En tanto una persona no esté muerta, el alma y el cuerpo son inseparables. Si el demonio fuese capaz de extraer el alma del cuerpo de la bruja y devolverla luego a éste, sería un milagro -y no un milagro cualquiera-, sería comparable al milagro de la Resurrección.
La explicación ortodoxa demonológica surgió de la necesidad de resolver el problema. Para ello hubo que admitir que la presencia de las brujas en el aquelarre, a veces era real (en cuyo caso era siempre también corporal), mas otras veces, sería irreal (cf. Clark 1997:191).
La creencia de que las brujas se juntaban en asambleas nocturnas, como anteriormente se ha dicho, databa de muy antiguo. Pero la idea de que ocurriese bajo los auspicios del demonio, era innovación de los demonólogos. Del mismo modo, la idea de que las brujas formasen parte de una secta, era totalmente ajena al concepto popular de la brujería. Probablemente debamos semejante sutilidad a la creatividad inquisitorial.
Es hora ya de que contemplemos la revisión cronológica que se ha hecho de la persecución de brujas en Europa. No hace mucho tiempo que los historiadores coincidían en culpar a la Inquisición del surgimiento de dicha persecución. Según Joseph Hansen la primera quema de una bruja habría tenido lugar en 1275, cuando la Inquisición de Toulouse condenara a una tal Angela de la Barthe por haber comido carne de niños y tenido relaciones con el demonio. A lo largo del siglo siguiente, o sea, durante todo el siglo XIV, de acuerdo con dicha gran autoridad alemana, cientos de hombres y mujeres, acusados de brujería, habrían sido quemados por las Inquisiciones de Toulouse y Carcasonne.
A partir de Hansen se sugiere también la seductora idea de que la Inquisición, tras haber exterminado a cataros y valdenses, se volcó sobre las brujas para no quedarse inactiva. La investigación más reciente ha demostrado algo totalmente distinto. Todos los datos sobre la sangrienta caza de brujas en el sur de Francia se remontan a un libro de divulgación escrito por el novelista francés Lamothe-Langon (1829). A mediados de 1970 un historiador inglés y otro americano demostraron, independientemente uno de otro, que las fuentes medievales presentadas por Lamothe-Langon jamás existieron, sino que las había inventado él para sazonar su relato (Cohn 1975; Yieckhefer 1976).
A raíz de este descubrimiento, la cronología se ha retrasado como casi cien años, nueva imagen que se perfila se puede resumir como sigue: Los primeros aunque escasos informes datan de 1360. O sea, un siglo después de la supuesta quema en Toulouse. No fue la Inquisición quien inició la persecución sino la justicia civil en Suiza y Croacia. Resulta interesante ver cómo la Inquisición de Milán no sabía qué hacer con dos caminantes nocturnas, que en 1384 y 1390 confesaron haber participado en una especie de aquelarre blanco en el que el hada Madonna Oriente les instruía en la forma de ayudar a la gente a combatir la brujería.
Parece ser que la legalización de la caza de brujas tuvo su origen en las exigencias del pueblo, que presionaba a los tribunales civiles. Poco a poco, la Iglesia también hubo de adaptarse a esta corriente; pero la Inquisición no aparece involucrada en ese tipo de persecuciones con anterioridad al siglo XV.
Con el fin de obtener una idea más exacta de la participación del Santo Oficio en la caza de brujas, se han examinado la relación de procesos hecha por Richard Kieckhefer, y se ha podido comprobar que los procesos por brujería propiamente dicha -en tanto cuanto estos puedan diferenciarse de los procesos por magia- están repartidos entre tribunales civiles, episcopales y de Inquisición.
De un cálculo aproximado de 1,000 causas, el 63% fue juzgado por las autoridades civiles; el 17% corresponde a tribunales episcopales, mientras que el 20% corresponde a la Inquisición. La mitad de las 200 causas de que se trata, se debieron al inquisidor Heinrich Institoris, cuya persecución de brujas en el año 1484 había sido autorizada por una bula del papa Inocencio VIII.
Teniendo en cuenta la gran inseguridad que los cálculos nos ofrecen, a causa del material perdido y de la escasez de información sobre las cifras de las víctimas, todo parece indicar que la Inquisición no jugó tan importante papel, como invariablemente se le adjudica, en la persecución de brujos durante la Edad Media.
Bueno, eso en cuanto a la Edad Media, pero ¿qué puede decirse de la Inquisición y la Edad Moderna?
Para el año 1525 aproximadamente, los tribunales inquisitoriales de Europa se habían extinguido y la Era del Santo Oficio medieval había tocado su fin. Entre tanto, una nueva forma de Inquisición había visto la luz del día. Se trata de una Inquisición "moderna", instituida sobre bases nacionales. La primera de este tipo se estableció en España, en 1478, con bula papal. A la Inquisición española, le siguieron la portuguesa (1531), y la "romana" (1542).
Antes de seguir adelante con la participación del Santo Oficio en los procesos contra las brujas en los siglos posteriores a la Edad Media, vamos a detenernos unos momentos para ver en cuánto se estima hoy, basándose en los resultados más recientes de investigación, el coste en vidas humanas de las modernas persecuciones. Se calcula que hubo cerca de 100,000 causas de brujería en Europa, de las cuales, la mitad, o sea, unas 50,000 personas acabaron en la hoguera. Pero, como podemos ver, la intensidad de las persecuciones varió mucho de país a país.
La ejecución de brujas en Europa: Portugal 7, España 300, Italia 1,000, Países Bajos 200, Francia 4,000, Inglaterra y Escocia 1,500, Finlandia 115, Hungría 800, Bélgica y Luxemburgo 500, Suecia 350, Islandia 22, Chequía y Eslovaquia 1,000, Austria 1,000, Dinamarca y Noruega 1,350, Alemania 25,000, Polonia y Lituania 10,000, Suiza 4,000, Liechtenstein 300.
La mitad de las quemas de brujas se produjeron como vemos en los estados alemanes, donde fueron ejecutadas 25,000 personas. Más poniendo el número de ejecuciones en relación con el de habitantes, vemos que Liechtenstein es el lugar donde más cruda fue la persecución: 300 quemas con relación a 3,000 habitantes, corresponde a un 10 % de la población. A la cabeza del extremo opuesto de la escala, con una intensidad de una fracción de unidad por mil, encontramos a Portugal, España e Italia, los únicos países que conservaron la Inquisición, adaptándola a su nueva base nacional.
La documentación correspondiente a la primera parte de la Edad Moderna, que es la época que nos interesa, es tan abundante, que nos permite con gran seguridad decir cuántas de las quemas de brujas registradas se debieron a la Inquisición.
Las cifras, por inesperadas, resultan asombrosas: para Portugal es 1, para España, 27 y para Italia, 8. El resto de un total de casi 1,300 ejecuciones, repartidas entre los tres países, se debieron a los tribunales civiles y episcopales de los mismos.
En ya anticuados estudios encontramos a menudo la suposición de que en España, Portugal e Italia, el Santo Oficio tenía tanto que hacer persiguiendo a judíos, mahometanos y protestantes, que no le quedaba tiempo para perseguir también a las brujas. La revisión sistemática de los archivos inquisitoriales nos demuestra algo muy distinto. Calculo que la Inquisición en los países católicos del Mediterráneo llevó a cabo entre 10,000 y 12,000 procesos de brujería, que, no obstante, fueron sentenciados con penas menores o absolución.
Es importante subrayar que las teorías demonológicas no fueron asunto exclusivo de la Teología. Filósofos, matemáticos y físicos debatían seriamente dichas especulaciones en el seno de las universidades europeas más prestigiosas. Y el debate duró hasta principios del siglo XVIII. Todo lo contrario de lo que generalmente se cree, la demonología fue una precursora de la ciencia moderna.
La explicación al hecho de que la Inquisición prestase tan poco interés al aspecto demonológico, nos la da un catedrático de la Universidad de Salamanca. Raphael de la Torre observa a principios del siglo XVII, que mientras los especialistas en Derecho Romano y los teólogos, normalmente opinaban que el aquelarre era un hecho real, coincidían casi todos los canonistas en rechazarlo como producto de la imaginación.
Notemos que precisamente era a canonistas, a quienes la Inquisición solía dar empleo. Esto podría explicar por qué este sector seguía aferrado a la tradición medieval del Canon episcopi.
La cuestión del inexplicable escepticismo inquisitorial merece ser examinada a la luz de un amplio contexto histórico-teológico. Expondré aquí brevemente hasta qué punto el escepticismo inquisitorial repercutió en la situación de las brujas en España.
Al principio España siguió a la zaga de otros países. De 1498 a 1522, el Santo Oficio condenó a once brujas a la hoguera. Mas en 1526, la élite de teólogos española se reunió en Granada para elaborar unas nuevas instrucciones con respecto a la brujería. Dichas instrucciones no tuvieron su igual en otras partes.
¿Dónde en el resto de Europa encontramos paralelos a ordenanzas como las siguientes?:
- Cualquier bruja que voluntariamente confiese y muestre señales de arrepentimiento, será reconciliada sin confiscación de bienes, y recibirá penas salutarias para sus almas.
- Nadie será arrestado en base de las confesiones de otras brujas.
- Los Jueces averiguarán si las personas por ellos detenidas, ya han sido anteriormente sometidas a tortura por otras justicias.
- Preguntando a los demás residentes de la casa os enteraréis de si dichas personas, en la noche que aseguran haber asistido a la junta de brujas, realmente se ausentaron de casa, o si, por el contrario, estuvieron en ella toda la noche sin salir.
Las instrucciones contenían también un párrafo, según el cual, todos los casos referentes a tan complicada materia, deberían siempre ser remitidos al Inquisidor General y su Consejo.
Con las instrucciones de 1526, se consiguió librar a España de la quema de brujas durante la mayor parte del siglo XVII.
Influida por Francia, en 1610, la Inquisición española volvió a introducir en el norte de España la pena de la hoguera. En total 7,000 personas fueron acusadas de brujería. Todo ello podría haber terminado en un auténtico holocausto. Más, por suerte, el inquisidor Salazar, encargado de las pesquisas, se había comprometido a conseguir pruebas sobre la existencia de la temida secta diabólica.
En su informe al Inquisidor General, Salazar concluye: "No hubo brujos ni embrujados hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos". Dicha investigación contribuyó a la definitiva abolición de las quemas de brujas en todo el Imperio Español.
Permítanme referir un par de puntos del memorial de este, injustamente, aún poco reconocido abogado de las brujas. Oponiéndose a sus dos colegas del tribunal -quienes hallándose totalmente convencidos de la existencia de las brujas, deseaban acabar con ellas en el fuego- Alonso de Salazar expuso: “Mis colegas están perdiendo el tiempo al mantener que solamente los brujos alcanzan a entender aquello más dificultoso y especulativo, ya que han de sentenciarlo acá jueces que no son brujos” (doc. 14.28). “Ni tampoco mejoramos nada con averiguar que el demonio pueda hacer esto y aquello, repitiendo a cada paso la teoría de su naturaleza angélica, y porque den también los doctores por asentadas aquellas cosas, ya que sólo sirve de fastidio inútil pues nadie las duda. La cuestión es si en el caso concreto, ha pasado como lo dicen los brujos... porque ni ellos han de ser creídos, ni el juez dará sentencia mas que en lo que exteriormente sea verdad y de igual modo perceptible para cuantos las oyeren” (doc. 14.29).
En otras palabras, Salazar sostenía, que el aspecto demonológico era irrelevante en los casos concretos de brujería. Sobre tal revolucionario postulado reposaba todo su método protopositivista, como muy bien podríamos llamarlo, puesto que el positivismo, como filosofía, nació más tarde.
De esta exposición histórica podemos sacar las siguientes conclusiones:
1.- Mientras que la Inquisición solía mostrarse dura y tajante con judíos, mahometanos y protestantes, se mostró inusitadamente blanda en cuanto al castigo de la brujería y otras formas de delitos mágicos. Tan blanda, que considerado con los ojos de un europeo del norte o del centro de Europa, debió resultar un escándalo.
2.- La Inquisición podía haber causado un holocausto de brujos en los países católicos del Mediterráneo -mas la historia nos demuestra algo muy diferente- la Inquisición fue aquí la salvación de miles de personas acusadas de un crimen imposible.
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