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LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO, SUS PELIGROS Y ALCANCES

miércoles, 7 de julio de 2021

Como ovejas sin pastor

Andamos como ovejas sin pastor

Aún no logro salir de mi asombro por la reciente aparición del regularmente ausente Arzobispo Metropolitano de Lima, quien salió de su permanente ostracismo para proferir una grave ofensa a su feligresía, al calificar de amorales a los que están dilatando los resultados electorales.

La Ciudad de Lima se erige como una Diócesis en 1541, siendo su primer obispo Gerónimo de Loayza Gonzales, a quien muchos identifican como el fundador del Hospital Arzobispo Loayza. Es en 1546 que el Papa Pablo III la convierte en Arquidiócesis y su territorio eclesiástico comprendía países como Nicaragua, ciudades de Colombia, Ecuador, Paraguay, Argentina, Chile, Bolivia y por supuesto todo el Perú.

En 1579 es nombrado Toribio de Mogrovejo como segundo Arzobispo de Lima quien se convierte en uno de los más importantes en la historia de la Evangelización de América Latina. Toribio fue ordenado sacerdote y nombrado obispo al mismo tiempo y enviado al Perú para que cumpla su misión. Recorrió incansablemente, en burro, toda su jurisdicción, predicando a tiempo y a destiempo. Tradujo el catecismo al quechua y aymara, defendió los derechos de los habitantes naturales de su Arquidiócesis y convocó a diversos Concilios con los sacerdotes de toda la nueva América para que se entendiera mejor la gran tarea de la llegada de la fe al continente.

En el Siglo XX, el Perú independiente ya tenía más de 40 jurisdicciones, entre Arquidiócesis, Diócesis, Vicariatos y Prelaturas, siendo Lima la Arquidiócesis primada.

Desde 1955 Lima tuvo a un Arzobispo que llegó a tener presencia mundial. Juan Landázuri Ricketts, franciscano, tuvo que enfrentar todos los cambios del Concilio Vaticano II y capear una infiltración marxista en la iglesia peruana denominada “Teología de la Liberación”, que, gracias a la oportuna intervención del entonces Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe y del Santo Padre Juan Pablo II, se logró contener y llamar al orden a su fundador peruano Gustavo Gutiérrez.

Después de un periodo de transición de 9 años a cargo del buen obispo jesuita Augusto Vargas Alzamora, fue nombrado Arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, integrante del Opus Dei, quien con un estilo frontal y sin tapujos, era resistido por toda la rama progresista, y los rezagos liberacionistas, que con la complicidad de los medios de comunicación ayudaron a que no sea un Arzobispo ‘querido’. Es bueno resaltar que fue el gran promotor de las Marchas por la Vida y un ferviente defensor del rescate de la Pontificia Universidad Católica del Perú, secuestrada desde hace décadas por sectores ideologizados de izquierda, con una repartija de poder que se pasa por agua tibia.

A finales de diciembre de 2018 Cipriani presenta su renuncia, como corresponde al cumplir 75 años, y en enero el Santo Padre la acepta y a los pocos días días anuncia que el presbítero Carlos Castillo Matassoglio, párroco de San Lázaro, sería el nuevo Arzobispo, causando el gran asombro de los 45 obispos, ya que el mensaje de la Santa Sede parecía claro y cuestionador: ninguno de ustedes da la talla para asumir esa responsabilidad.

Pero ¿cómo así el Papa Francisco escoge a un sacerdote de una Parroquia pequeña de la Ciudad?. ¿Quién fue el consejero que le da ‘el dato’?. ¿Fue el Nuncio Apostólico el que sugirió aquel nombre?. Pues no. Fueron, ni más ni menos, sus ‘amigos’ jesuitas: el cuestionado entonces Monseñor Pedro Barreto, hoy Cardenal, el P. Carlos Cardó y el P. Ernesto Cavassa, quienes apadrinaron la propuesta. Todos ellos con una abierta tendencia progresista.

Entonces la siguiente pregunta es, ¿por qué Carlos Castillo? Pasados dos años en realidad pareciera quedar claro que Castillo era sencillamente un operador.

Al año de ser Arzobispo en la misma Capilla que el Papa Francisco había compartido con los obispos del Perú su experiencia de conversión frente al Santísimo, Castillo le decía a su clero que él no creía en la conversión frente al Sagrario.

Se opuso a la realización de la Marcha por la Vida y al poco tiempo empieza la pandemia y no hubo una sola palabra durante casi un año exigiendo al gobierno que permitiese la apertura de los templos, ni siquiera cuando todo se iba normalizando.

Callado durante todo el proceso electoral, incluso frente a la amenaza de propuestas que están en contra de la fe, a las que él no les da importancia, llamó la atención la rapidez para emitir opinión sobre uno de los ex candidatos presidenciales frente a unas desafortunadas expresiones. Pero también escandaliza su silencio frente a la masacre terrorista perpetrada en el VRAEM dos semanas antes de la segunda vuelta.

Su ausencia es tal que si hoy hiciésemos una encuesta sobre quién es el Arzobispo de Lima, quizá el 95% respondería: ‘No sabe, no opina’.

Por último, la siguiente noticia que tuvimos es que él se encontraba en Roma y vemos imágenes en las que está muy sonriente y afable abrazando al Papa. Nuevamente en el Vaticano en medio de una crisis nacional, así como cuando empezó la pandemia que se quedó por Europa un buen tiempo.

Y de pronto reaparece, no en un medio local, sino internacional, y lo hace para criticar que se rece en los mitines y exhortó a que no se invoque la presencia de Dios.

Y como corolario, nos tilda de amorales a todos los que legítimamente estamos exigiéndole al Jurado Nacional de Elecciones que, antes de proclamar a cualquier candidato, cumpla con su deber constitucional de revisar, hasta la última impugnación.

Adelanta opinión, rompiendo el principio de neutralidad y pide al JNE que de una vez proclame presidente a su homónimo. ¿Es acaso ese uno de los temas que trató con el Papa Francisco? Honestamente ¿podría Ud. desmentir los rumores que le pidió al Papa un pronunciamiento sobre esta situación, e incluso que reciba a quien Ud. llama prematuramente ganador?

Señor Arzobispo, en mi juventud me llamó mucho la atención cuando, leyendo la Carta a los Gálatas, Pablo reprende públicamente a Pedro, siendo éste el Vicario de Cristo, nombrado por el propio Señor, algo que es recogido también en los Hechos de los Apóstoles. Y aludiendo a la corrección fraterna que el mismo Jesucristo nos invitó es que escribo estas palabras, con todo el respeto que su investidura merece, y reconociendo su autoridad como mi Arzobispo, pero con total energía y claridad.

¡Basta! El rol que está cumpliendo la iglesia en general en nuestro país deja mucho que desear, con algunas honrosas excepciones. Pero lo que está pasando en nuestra Arquidiócesis es lamentable. Hace algunos meses yo mismo le escribí solicitándole nombrar una Capellán para las obras de caridad de la Beneficencia de Lima, pues hay mucha hambre espiritual, sugiriéndole incluso el nombre de uno de los sacerdotes que Ud. tiene relegado, por casi dos años, por el simple hecho de haber sido cercano a su antecesor, y su respuesta fue que no consideraba conveniente nombrar más Capellanías, que si tenemos alguna necesidad, busquemos al párroco de la zona.

Tiene abandonada a su feligresía. No nos sentimos representados por Ud. Como dice la biblia en Mateo 9, ‘andamos como oveja sin pastor’.

Los dolorosos y vergonzosos escándalos eclesiales en el mundo y en particular en el Perú, han abierto una brecha, entre los cristianos y su iglesia como institución. Caminemos para cerrar esa distancia y recuperar la credibilidad, dejándonos de dividir.

Pero el camino no es, tomando posturas que nos deja a más de la mitad de los fieles como personas que carecemos de sentido moral. Ud. no tiene autoridad para hacer una calificación de esa naturaleza.

Creo que nos merecemos una disculpa y una rectificación. Creo que Lima merece un Arzobispo que esté a la altura, y se acerque a sus fieles, en medio además de la conmemoración del Bicentenario.

Lo que escribo lo hago con caridad, como Católico, Apostólico y Romano.

Guillermo Ackermann Menacho