La historia del ocultismo contemporáneo resulta imposible de escribir sin hacer referencia a las conexiones de prácticamente todos sus dirigentes con la masonería. En algunos casos, como Éliphas Lévi o Papus, se trató de ocultistas que se identificaban con la cosmovisión masónica, aunque no tanto con su organización formal; en otros, como Reuss, Westcott, Olcott o Mathers, de masones que crearon movimientos destinados a profundizar en el ocultismo. Finalmente, no faltaron los masones que, como Annie Besant o Aleister Crowley, pensaron que habían superado en sus conocimientos lo que se enseñaba en las logias.
Empecemos por Alphonse-Louis Constant, denominado "el último de los magos" y también "el renovador del ocultismo en Francia", y más conocido por su pseudónimo de Éliphas Lévi. Nacido el 11 de febrero de 1810, Constant fue ordenado sacerdote católico. Su interés por el ocultismo le llevó a redactar algunas obras de magia -Doctrina de la magia trascendente (1855), Ritual de la magia trascendente (1856) e Historia de la magia (1860)- ya antes de ser iniciado en la masonería.
La iniciación tuvo lugar el 14 de marzo de 1861 en la Logia Rosa del Perfecto Silencio de París, subordinada al Gran Oriente francés. De manera bien reveladora, la iniciación obedeció a la petición de sus amigos Fauvety y Caubet, que eran masones y que consideraban que los conocimientos mágicos de Constant podían resultar de interés para la logia. También lo creía Constant, que afirmó al ser iniciado que venía a "mostraros el objetivo para el cual fue constituida vuestra asociación".
El 21 de agosto de 1861 la logia confirió a Constant el grado de maestro, y el mes siguiente pronunció en su seno un discurso sobre los Misterios de la iniciación. El tema despertó una enorme expectación, pero también provocó el sentimiento anticatólico de alguno de los masones, como un tal Ganeval. Constant acabó retirándose de la logia precisamente por ese comportamiento, que interpretó como una señal de anticatolicismo y que le parecía indigno.
Gérard Anaclet Vincent Encausse, alias Papus, fue otro ejemplo de ocultista estrechamente relacionado con la masonería. Nacido en La Coruña, España, el 13 de julio de 1865, hijo de un químico francés y una española, en su juventud se dedicó al estudio de la Cábala, el Tarot, la magia, la alquimia y los escritos de Éliphas Lévi. Se unió a la Sociedad teosófica al poco de ser fundada por madame Blavatsky, aunque no tardó en abandonarla, al contemplar su interés por Oriente.
Papus estaba muy influido por el marqués Joseph Alexandre Saint-Yves d'Alveydre, que había heredado los papeles de Antoine Fabre d'Olivet, uno de los padres del ocultismo francés. En 1888 Papus, Saint-Yves y el marqués Stanislas de Guaita fundaron la Orden cabalística de Rosacruz. Tres años después Papus estableció la Orden de los Superiores Desconocidos, comúnmente conocida como la Orden de los Martinistas.
La orden en cuestión se basaba en dos ritos masónicos extintos: el de los Elegidos Cohen, de Martínez Paschalis (o Pasqually), y el rectificado de Saint Martin, de Louis Claude de Saint-Martin, "el filósofo desconocido". La Orden Martinista sería la ocupación principal de Papus en los años siguientes, y ha perdurado como una parte central de su legado.
La ocupación principal, que no la única. En 1893 Papus fue consagrado obispo de la iglesia gnóstica de Francia, fundada por Jules Doinel en 1890 con la intención de resucitar la religión de los cataros. Por si fuera poco, en 1895 Papus se unió al Ahathoor Temple de la Golden Dawn (Aurora Dorada) de París.
El interés de Papus por la masonería fue extraordinario. Le desagradaba el carácter ateo de algunos masones del Gran Oriente francés, pero a la vez organizó, para el 24 de junio de 1908, una conferencia masónica internacional. Fue precisamente en el curso de esta conferencia donde Papus recibió del masón Theodor Reuss la patente para establecer un Supremo Gran Consejo General de los ritos unificados de la masonería antigua y primitiva, y, muy posiblemente, el control de la OTO en Francia.
Papel mucho mayor representó la masonería en la fundación del grupo ocultista más importante del siglo XIX. Nos estamos refiriendo a la Sociedad Teosófica. Fundada en 1875 por Helena Blavatsky, su primer presidente fue el coronel Henry Steel Olcott, un masón. El 24 de noviembre de 1877 la propia Blavatsky fue iniciada en la masonería. Sin embargo, más importante que ese episodio es la manera en que para sus puntos de vista se basó en la Royal Masonic Cyclopaedia, publicada ese mismo año y debida a Kenneth Mackenzie.
Madame Blavatsky desarrollaría su especial visión del ocultismo en “La doctrina secreta” e “Isis sin velo”, dos obras a las que se ha acusado no sin razón de contener abundante material plagiado. Sin embargo, lo más interesante no es su carácter no original –algo que compartiría, por ejemplo, con las visiones de la adventista Ellen White–, sino la existencia de no pocos paralelos con la visión gnóstico-masónica de Pike. En madame Blavatsky también existe una insistencia en el enorme valor de las religiones paganas –especialmente, de sus manifestaciones mistéricas–, en la minimización del cristianismo como Verdad, en creencias como la posibilidad de auto deificación del ser humano o la reencarnación, e incluso en un luciferinismo muy similar al de Albert Pike.
Dentro de una línea típica históricamente en la Gnosis, madame Blavatsky contraponía el positivo Lucifer al Yahvé bíblico, que era, ni más ni menos, Caín, el protoasesino.
Madame Blavatsky fue un personaje enormemente comprometido al que se acusó, con razón, de perpetrar fraudes en sesiones de espiritismo y de aprovecharse de sus adeptos. En ese contexto, la asociación de la ocultista con la masonería resultaba un tanto delicada, y hubo quien se atrevió incluso a cuestionarla. Sería la propia Blavatsky la que defendería la realidad de su iniciación en una carta publicada por el Franklin Register del 8 de febrero de 1878.
También resulta significativo el hecho de que las dos continuadoras de la obra de madame Blavatsky, las ocultistas Annie Besant y Alice Bailey, tuvieran una vinculación muy estrecha con la masonería. Annie Besant, feminista, partidaria de la independencia de Irlanda y de la India y fundadora de distintas instituciones destinadas a la expansión del ocultismo, es un personaje esencial para comprender la entrada del orientalismo en Occidente décadas antes de la Segunda Guerra Mundial.
Presidenta de la Sociedad Teosófica desde 1907 hasta su muerte, en 1933, había sido ya iniciada en la masonería el 26 de septiembre de 1902. En 1911 se convirtió en vicepresidenta y Gran Maestra del Consejo Supremo de la orden internacional de la Comasonería, una obediencia que permite la iniciación de mujeres y que había sido fundada en Francia en 1893. La comasonería se extendería precisamente a Gran Bretaña en 1902, gracias al empeño de la Sociedad Teosófica y, muy especialmente, de Annie Besant.
Por lo que se refiere a Alice Bailey, debe indicarse que su marido, Foster, era masón –llegó a colaborar en el Master Mason Magazine– y autor del libro “El espíritu de la masonería”. El libro de Foster Bailey sigue la línea de Pike y de otros autores masones anteriores y posteriores en el sentido de vincular las enseñanzas de la masonería con la Cábala, la Gnosis, los misterios de Isis o el culto de Krishna. Al igual que madame Blavatsky o Annie Besant, Alice Bailey compartía un claro luciferinismo y debe ser considerada como un claro precedente del movimiento actual de la Nueva Era.
La vinculación entre la Sociedad Teosófica y la masonería no ha disminuido con el paso de los años. Todavía en la actualidad son masones los principales difusores de esta secta, y no deja de ser significativo que Mario Roso de Luna (1872-1931), el teósofo español más conocido, autor de una biografía de madame Blavatsky, fuera iniciado en la masonería en Sevilla, en enero de 1917. Pero la Sociedad Teosófica no fue una excepción.
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