Los diez mandamientos del laicismo publicados en España son una barrera para excluir al cristianismo de todo lo que sea vida social, a continuación se exponen con respectivos comentarios:
1. Educarás en igualdad.
Se entiende, en la igualdad impuesta del laicismo, sin ninguna referencia a Dios ni a religión alguna, ni siquiera a la trascendencia del ser humano.
2. No sermonearás fuera del púlpito.
Que quiere decir, las manifestaciones religiosas sólo se pueden tolerar dentro de las Iglesias. Hay que eliminar la enseñanza de la religión en las escuelas.
3. No impondrás tus símbolos al Estado.
Los actos oficiales tienen que ser estrictamente laicos. Excluyen los funerales de Estado y hasta las bodas católicas de la familia real.
4. No mezclar lo terreno con lo celestial.
Ni himnos ni banderas ni autoridades en las ceremonias religiosas, ni signos religiosos en nada oficial.
5. No acaparar las fiestas del calendario.
Pretenden quitar fiestas religiosas y hacer festivas las conmemoraciones civiles.
6. No invadir las instituciones públicas.
Fuera los capellanes de hospitales, los castrenses, la existencia del Arzobispado Castrense.
7. Apropiarse del patrimonio.
Que la Iglesia reconozca la propiedad pública de Catedrales, Museos, Monasterios.
8. Facilitar la apostasía.
No necesita explicación.
9. No aparecer en los medios públicos.
Hay que eliminar los programas religiosos en los medios de comunicación estatales.
10. Ni un duro para la Iglesia.
Ni siquiera es aceptable el sistema de poner la cruz en la declaración de la renta española.
A partir de estos postulados la Iglesia, los católicos, la religión cristiana no merece la consideración ni la ayuda que merecen el deporte, o el cine, o los concursos de belleza. Solo les falta pedir que nos pongan una multa por ser católicos.
Ante estas agresiones, los ciudadanos tenemos perfecto derecho a vivir y actuar religiosamente en todos los ámbitos de nuestra vida, personal, familiar y social, según nuestra conciencia y a medida de nuestros deseos. Ninguna autoridad humana nos lo puede prohibir justamente.
La autoridad civil, cuya razón de ser es el servicio de la sociedad, está obligada a proteger y favorecer la libertad de los ciudadanos, también en el ejercicio de su vida religiosa y moral tal como de acuerdo con su conciencia decidan hacerlo.
Además los ciudadanos católicos, como los demás, tenemos pleno derecho a intervenir en la vida pública en cuanto tales y tenemos el deber y el derecho de aportar al patrimonio común los bienes culturales y sociales que provienen de nuestra experiencia religiosa.
Detrás de las pretensiones laicistas hay una concepción totalitaria del Estado. Según esta mentalidad, el Estado es una especie de Ser Supremo que viene sobre nosotros y nos dicta cómo tenemos que vivir. Pero la realidad no es así, es el Estado el que tiene que ajustarse al ser de la sociedad a la que tiene que servir, y no al revés. Esto es la esencia de la democracia. Y lo contrario es dictadura y totalitarismo.
En el caso de la religión, el Estado lo único que tiene que hacer, que no es poco, es proteger la libertad de los ciudadanos para que cada uno pueda ejercitar y manifestar libremente su propia religión, según su propia conciencia, sin molestar ni atentar contra la libertad ni los legítimos derechos de nadie. De manera que la recta laicidad, lo mismo que la no confesionalidad, consiste en que el Estado proteja la libertad religiosa de la sociedad y de los ciudadanos para practicar la religión que quieran, sin beligerar en cuestiones religiosas que quedan fuera de su competencia.
Si los católicos queremos seguir siendo libres y responsables, tendremos que comenzar a tomar en serio estas cuestiones. No es un asunto de los Obispos, sino que es algo que concierne directamente a toda la sociedad y a todos los ciudadanos. Lo que está en juego no son los privilegios de los curas, sino la libertad de los ciudadanos para vivir libremente según su conciencia.
El Estado es laico no para suprimir la religión, sino para facilitar el que los ciudadanos puedan ser religiosos o no según su conciencia y puedan profesar tranquilamente la religión que mejor les parezca, con todas las consecuencias, privadas y públicas.
Llega la hora de que seamos de verdad ciudadanos y tomemos la determinación de ser los protagonistas de nuestra vida, exigiendo a los políticos y a la política que actúen realmente al servicio de la sociedad, sin dirigismos y sin excederse en sus competencias ni en sus atribuciones. ¿Queremos vivir en una sociedad de hombres libres que orientan su vida según su conciencia, o queremos vivir en una sociedad dominada y dirigida dedicándonos simplemente a vivir como nos digan? Esta es la cuestión.
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