¿Cuál es la doctrina católica sobre el demonio? ¿Por qué algunos afirman que no hay que creer en el demonio si no es, según ellos, dogma de fe?
En primer lugar, hay que decir que sí es dogma de fe. Está definido en el Concilio Lateranense IV, en el año 1215, respondiendo a la oposición de los cataros y albigenses, que se habían instalado en el sur de Francia, y que eran herederos de la concepción maniquea, según la cual existía un principio absoluto del bien y un principio absoluto del mal. El Concilio define que el demonio no es un principio absoluto, sino una criatura limitada creada por Dios, que, por su mala voluntad, se rebeló contra Él. Eso es un dogma del Concilio Lateranense IV. Ahora bien, yo quisiera decir que lo importante de una verdad de fe no es que sea dogma, porque un dogma no es más que una verdad que el Magisterio define, digamos, definitivamente, porque está siendo negada por una determinada ideología o teología. Lo importante de una verdad es que se encuentre en la Sagrada Escritura y en la Tradición, lo que llamamos una verdad de fe divina.
¿Es Satanás una persona o un mero símbolo del mal?
En el Nuevo Testamento se habla del demonio 511 veces. Eso quiere decir que es verdaderamente una realidad, porque de algo meramente simbólico no se estaría tan pendiente en la Escritura. Pero, sobre todo, si nos fijamos en las palabras del capítulo 8 del evangelio de San Juan, Cristo lo considera una persona; le llama Príncipe de este mundo, Padre de la mentira y Homicida desde el principio. Además, Jesucristo, cuando hace exorcismos, particularmente en el evangelio de San Marcos, lo trata como una persona: Sal de ahí, yo te lo digo, Satanás: sal de ahí, y le llama personalmente Satanás. Además, aparece realmente como el enemigo personal del Reino de Dios que Cristo quiere instaurar. El Reino es la salvación definitiva que ha llegado con Cristo, y que nos libera del pecado y de la muerte y nos introduce en la filiación divina. El enemigo de este Reino no son las legiones romanas. Jesucristo no dice: El Reino de Dios ya ha llegado porque empiezan a marcharse los romanos, sino que, si yo expulso a los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado. Es un logion (dicho de Jesús) tan primitivo, de los más primitivos de las fuentes de los evangelios, que ni siquiera el mismo Bultmann lo niega. Jesucristo, además, se presenta en una parábola como el más fuerte que desaposesiona de su poder al fuerte, a aquel príncipe de este mundo del que nos libera en la muerte. Y precisamente dice Jesucristo, en un párrafo estremecedor del evangelio de San Juan: Ahora el príncipe de este mundo es echado fuera. Cuando yo sea levantado hacia lo alto, atraeré a todos hacia mí. Cristo, pues, tiene conciencia de liberar una batalla personal con el demonio, de tal manera que esa batalla comienza con las tentaciones en el desierto, con las cuales el demonio quiere desviar a Cristo del camino de obediencia que le lleva a la Cruz, prometiéndole un triunfo en el sentido mesiánico de los judíos, y esa lucha dura hasta la Pasión. De manera que san Lucas dice, en el capítulo 4 de su evangelio, a propósito de las tentaciones, que le dejó hasta otra oportunidad, que es precisamente cuando Jesucristo está ya en la oración de Getsemaní.
En las religiones antiguas, la creencia en el demonio era bastante común. Algunos, por eso, argumentan que Jesucristo no hizo sino adecuarse a la cultura de su tiempo para hacerse entender por sus contemporáneos.
La pregunta es muy pertinente, pero la respuesta es clara: Jesucristo no se adecua nunca a la cultura de su tiempo cuando piensa que está equivocada. Por ejemplo, según la cultura de su tiempo, tendría que honrar a los fariseos, y no lo hace: exalta a los publicanos, a los samaritanos, coloca a la mujer en un puesto que en su cultura no era aceptable (tiene amigos y amigas, como Marta y María, lo cual era inédito en una persona de bien en aquel tiempo). Rechaza, por ejemplo, la negación de la resurrección que tenían los saduceos. Nunca respeta las costumbres de su tiempo cuando las cree equivocadas. Ahora bien, sabemos que en la apocalíptica apócrifa judía, en el primero y cuarto libro de Esdras y en el primer libro de Enoc, se habla muchísimo del demonio, pero desde un punto de vista teorético: cuántas clases hay de demonios, la jerarquía que hay entre ellos, los nombres que tienen, todo eso no aparece en absoluto en los evangelios. En el Evangelio hay algo radicalmente original: el demonio aparece como el opositor del Reino que Cristo quiere instaurar, aquel que puede perdernos; no interesa ni su número, ni sus nombres: sólo se da el nombre de Satanás. Es algo radicalmente original, porque aparece como el enemigo personal del Reino y de la salvación que Cristo quiere instaurar.
¿Por qué la teología actual habla poco del demonio?
Ciertamente habla poco. Los sacerdotes, en efecto, muy poco. En primer lugar, por ignorancia. Y además hay miedo, una especie de complejo ante el mundo actual, pensando que si nosotros seguimos hablando del demonio, nos van a decir que ése es un lenguaje mítico, y nos van a rechazar. Hay un complejo detrás de la teología y de los sacerdotes. Sin embargo, el Magisterio actual ha hablado muchísimo del demonio: el Concilio Vaticano II habla 18 veces del demonio, en unos textos que realmente estremecen, como cuando dice, por ejemplo, que en el bautismo hemos sido arrancados de la esclavitud del Maligno para vivir en la libertad de los hijos de Dios, siguiendo textos de la Tradición de la Iglesia. Pablo VI pronunció una frase en 1972, cuando se hizo esta pregunta, el día 29 de junio, en la basílica de San Pedro: ¿qué pasa en la Iglesia, que nos las prometíamos felices en el Vaticano II, y ahora estamos inmersos en una tremenda confusión? Esto es el humo de Satanás que ha entrado en la Iglesia, respondió. Todos los periódicos ridiculizaron la figura del Papa, salían caricaturas de demonios con cuernos y tridentes. Pablo VI, que era un hombre tímido, sufrió muchísimo. Pero después, ese mismo año, el 15 de noviembre, dio una catequesis sobre el demonio magnífica, que quizás sea la página más bella, más dramática, más profunda que se haya escrito nunca sobre el demonio, y que en la Iglesia la mayoría desconocen.
Con esto del humo de Satanás, no recuerdan lo que le pasó a León XIII: en la misa del rito de San Pío V, que nosotros rezábamos hasta hace treinta años, había una oración en latín pidiéndole a san Miguel Arcángel que nos librara de las asechanzas del demonio. Esa oración, que se decía en todas las misas de toda la Iglesia católica, la introdujo León XIII como consecuencia de una visión que tuvo haciendo la acción de gracias después de la misa, según la cual habría un tiempo en que el demonio entraría en la Iglesia y sembraría la confusión. Impresionado por aquella visión, tomó lápiz y papel y escribió esta oración poniéndola en la liturgia de toda la Iglesia. Luego, el Catecismo de la Iglesia católica, que es la recopilación más reciente de la fe de la Iglesia, hace sobre el demonio una exposición muy amplia y muy profunda; tanto, que al comentar las peticiones del Padrenuestro, en la parte última del Catecismo, interpreta la frase líbranos del mal como líbranos del Maligno, porque, efectivamente, el griego apo tou ponerou utiliza el término masculino, y hay que traducirlo del Maligno, como dicen todos los exegetas.
¿Esta confusión sobre la doctrina del demonio se ha metido en la Iglesia?
Creo que en el postconcilio. No en el Concilio, que habla claramente del demonio, sino en el postconcilio, cuando la teología adquiere, digamos, una dimensión mucho más positiva, más bíblica, más patrística, teniendo en cuenta la historia del dogma, no meramente especulativa; pero por otra parte, esa teología se hace con un cierto complejo ante el mundo moderno, y lo que hay sobre este tema es realmente una tremenda ignorancia.
¿Ha habido una cierta relajación espiritual que hace que se predique poco sobre la lucha espiritual contra el mal?
Exacto. Pero no hay ninguna vida de un santo, absolutamente ninguna (podríamos citar a santa Teresa, a san Juan María Vianney) en que no haya habido una lucha personal contra el demonio. Y esto, en la vida espiritual de una persona cristiana, aunque no tenga visiones del demonio, hay un combate espiritual contra el Maligno, como lo tuvo Cristo desde el principio.
¿Por qué tampoco se habla del infierno?
Por las mismas razones por las que no se habla del demonio. Porque hay una tremenda ignorancia, y porque se piensa que el mundo nos va a rechazar. Lógicamente, antes se hablaba del infierno de una forma tremendista, metiendo miedo. Ahora se ha pasado de aquella forma amenazadora a un silencio absoluto. Pero el infierno está en toda la tradición de la Iglesia, está por supuesto en el Nuevo Testamento, y muy bien recogido en el Catecismo de la Iglesia católica.
Hay un complejo de hablar del infierno. Se está empleando hoy en día la idea que expresa más o menos von Balthasar en su libro ¿Qué podemos esperar?, en la que él defiende que podemos esperar, basándonos en textos bíblicos, que todos nos hemos de salvar. Pero von Balthasar se fundamenta en dos textos, Romanos 5, 12-21 y Juan 12, 31, que no se refieren en absoluto a la salvación definitiva. Se olvidan otros como Lucas 13, 22, en los que dice Cristo: Ancha es la puerta que lleva a la perdición y estrecha la puerta que lleva a la salvación. Muchos querrán entrar por ella y no podrán. De lo que se deduce que habrá condenados, aunque la Iglesia no sabe ni cuántos ni quiénes.
¿Cómo es posible que hoy se hable más del demonio fuera de la Iglesia que dentro de ella?
Dijo el cardenal Ratzinger recientemente que fue el cristianismo el que quitó el miedo a los demonios, porque el cristianismo presenta la figura del demonio como una realidad, una persona, limitada, que tiene un poder limitado y que ha sido vencida por Cristo. El cristiano no tiene por qué tener miedo. Ahora bien, en la medida en que se pierde la fe en Cristo, vuelve el miedo a los demonios. Y en el mundo hoy hay una especie de miedo mezclado con morbo, con curiosidad. Es curioso que, a veces, las verdades, ya lo dice la Escritura, no nos las debemos a nosotros: Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras.
¿La obsesión por eldemonio en la sociedad está empezando a adquirir tintes hasta morbosos?
Efectivamente, en muchos casos resulta morbosa esta obsesión. Pero si la Iglesia fuera valiente, si los teólogos fueran valientes, presentarían al demonio justamente en su sitio, es decir, como criatura limitada y vencida por Cristo, y a partir de ahí enfocarían el problema. Si hay miedo a la verdad, efectivamente hay morbo y todas las degeneraciones. Y la verdad es la que nos hace libres.
¿Cuál es la actuación del demonio hoy?
Si fuera el demonio, ¿qué haría hoy? Evidentemente, no haría muchas posesiones diabólicas, porque en un mundo descreído como el nuestro inducirían a creer. Yo haría dos cosas: convencer al clero de que la oración no es tan importante como se decía en otro tiempo, y sembrar la confusión en la Iglesia. Las posesiones diabólicas se dan; cito dos casos de posesión diabólica, uno de ellos ocurrido en España, que fue relatado por testigos directos, entre ellos el propio exorcista que lo expulsó. Pero las posesiones son escasas, sobre todo en el terreno de los bautizados; son mucho más frecuentes en territorios de misión, donde el bautismo no se ha extendido todavía, porque indudablemente el bautismo tiene un gran poder exorcista. El demonio, efectivamente, está haciendo esto: convencernos para que dejemos la oración y sembrar la confusión.
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