A lo largo de la historia muchos buscaron dar una explicación natural a los milagros relatados en el Evangelio. Esas personas aseguran que los progresos de la medicina sugieren hoy día posibles explicaciones naturales a los milagros de curaciones de paralíticos, sordomudos, endemoniados, etc., pues todas las enfermedades ofrecen períodos o fases de remisión, sobre todo contando con la componente psíquica que podía darse en estos casos.
Tampoco ven problema en explicar los milagros de las resurrecciones de muertos: debe contarse con que en aquella época los certificados de defunción se extendían por simples apariencias, y no es de extrañar que algunos luego se reanimaran (según estos hombres, el número de personas enterradas vivas en la antigüedad debió ser enorme).
Otros milagros -como caminar sobre las aguas o la multiplicación de los panes-, los explicarán como efecto de espejismos, ilusiones ópticas o cosas semejantes. Y los fenómenos sobrenaturales, como modos ingenuos de explicar a los espíritus sencillos las realidades habituales difíciles de entender.
Para todos los milagros, incluso para los más espectaculares, encuentran esas personas una sencilla explicación. El del paso del Mar Rojo, por ejemplo, pudo perfectamente producirse -asegurarán- por efecto de un movimiento sísmico o atmosférico que habría separado el mar en dos y, al cesar bruscamente coincidiendo con el paso del último hebreo, las líquidas murallas del mar se volvieron a juntar engullendo a los soldados del faraón (desde luego, hay explicaciones naturales de los milagros más "milagrosas" aún que los propios milagros).
Parece como si esas personas, que se afanan tanto por enseñarnos a leer de una “forma madura” el Evangelio, tuvieran miedo de ser tildadas de espíritus simplistas por los seguidores del materialismo contemporáneo, y quizá por ello hacen gala de un ingenio, a veces notable, para racionalizar la fe y eliminar de ella todo fenómeno sobrenatural, sugiriendo a cambio asombrosas interpretaciones figuradas, simbólicas o alegóricas.
Al final, acaban por empeñarse en que creamos que lo único verdadero de todos los evangelios son las notas a pie de página que ellos ponen.
Sin embargo, se les podría objetar primeramente que, desde los orígenes, todos los grandes espíritus nacidos de la fe cristiana han tomado al pie de la letra los relatos -evidentemente milagrosos- de la Anunciación, de la Ascensión o de Pentecostés, sin que ninguno de ellos se prestase jamás a ese tipo de interpretaciones.
Por otra parte, no se tiene noticia de que ninguno de esos “expertos en enseñarnos a interpretar” la Sagrada Escritura haya tenido jamás siquiera alguna de las alucinaciones o espejismos a las que tanto recurren para explicar los milagros que han sucedido a los demás: tendrían que explicarnos cómo pudieron ser tan corrientes en aquella época, y además en muchas ocasiones de modo colectivo y ante personas enormemente escépticas.
Quizá sea porque como ellos nunca han visto a un ángel, ni se han encontrado con un cuerpo glorioso -yo tampoco-, no admiten que nadie haya podido tener tan buena suerte. Acaban por parecerse a esas personas que se resisten a creer que Armstrong haya pisado la Luna por el simple hecho de no haber podido estar allí con él.
La fe y los milagros
Para la fe, admitir la existencia de los milagros es sumamente importante. Como señala C. S. Lewis, el Evangelio, sin milagros, quedaría reducido a una colección de amables moralejas filantrópicas que no obligan a nada en especial. Sin milagros, toda la predicación de los apóstoles y el testimonio de los mártires perdería casi todo su sentido.
Por otra parte, si los milagros fueran imposibles, no se podría creer que Dios se hizo hombre, ni su resurrección, que son milagros centrales de la fe cristiana. «Desechados los milagros -continúa Lewis-, sólo queda, aparte de la postura atea, el panteísmo o el deísmo. En cualquier caso, un Dios impersonal que no interviene en la Naturaleza, ni en la historia, ni interpela, ni manda, ni prohíbe. Éste es el motivo capital por el que una divinidad imprecisa y pasiva resulta tan tentadora".
Aún así, todavía existen muchos que confían en que la evolución científica explique y certifique la veracidad de estos milagros. Lewis nuevamente indica que la "creencia o increencia en los milagros está al margen de la ciencia experimental". No importa lo que ésta progrese: los milagros son reales o imposibles con independencia de ella. El incrédulo pensará siempre que se trata de espejismos o hechos naturales de causas desconocidas; pero no por imperativos de la ciencia, sino porque de antemano ha descartado la posibilidad de lo sobrenatural.
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