Suprimido Dios del horizonte humano, la vida se convierte en una lucha de egoísmos enfrentados, donde el más fuerte se apodera del más débil hasta llegar a eliminarlo ya que alejado de Dios, el hombre se vuelve contra el hombre.
Luchar por la vida es tarea de todos, y lo mismo que se protegen algunas especies por peligro de extinción, hoy es urgente proteger la vida humana desde su origen hasta su muerte natural, porque corre peligro.
Se ha difundido la mentalidad equivocada, incluso entre muchos creyentes, de que el aborto es un derecho de la mujer. Por ese camino, más de cien mil abortos legales en España cada año y más de un millón de niños, desde que se aprobó la ley del aborto, que no han nacido porque han sido asesinados en el vientre de su madre. Parece mentira que nos hayamos acostumbrado a estas cifras.
Se trata de una guerra sorda, que va cobrándose violentamente más y más vidas, mientras otros muchos matrimonios desearían adoptar un hijo y tienen que ir a buscarlo a no sé dónde con unos gastos inmensos. En el último año, hemos tenido noticias de España de abortos en las últimas semanas de gestación, e incluso se pretende el aborto libre y la consideración del feto hasta de siete meses como si fueran un simple trozo de carne que se tira a la basura.
Tras recordar que la vida es un don precioso de Dios, todo ser que viene a este mundo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres, no de la experimentación manipulada del laboratorio. La unión del espermatozoide y el óvulo ha de realizarse en el vientre materno, no en la pipeta de la clínica. Y desde el momento de esa fusión asombrosa, tenemos una nueva persona, dotada de alma humana, tenemos un ser humano que a los 14 días se implantará en el útero materno. Por mucho que avance la ciencia, hay cosas que son sagradas.
Cuando el hombre se empeña en ir contra Dios, se destruye a sí mismo y destruye a los demás.
Nadie puede suprimir la vida de otro ni ayudarle a morir ni programar la muerte de nadie. El final de la vida le corresponde determinarlo a Dios, y solamente a Él.
La medicina puede ayudar mucho a afrontar el sufrimiento de la muerte con cuidados paliativos, pero en ningún caso puede programar la muerte de nadie. En nuestra cultura occidental no se soporta la muerte, y por eso no se soporta la vida cuando está desmejorada. Para el creyente, la muerte es el tránsito a una vida mejor, al cielo. Pero de eso sólo Dios puede disponer.
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