Cuando más se cierran las puertas del Islam, más se abren las del cristianismo. Ésta es la experiencia de musulmanes convertidos al catolicismo que relatan sus historias en medio del miedo a ser reconocidos y el temor por su propia vida. También es, como no podía ser de otra manera, la historia de Antonio. Un nombre falso que oculta la identidad de un argelino de 40 años que hace tan sólo ocho «navegaba» por el dial de radio en busca de un programa que le ayudara a mejorar su italiano y tropezó -desde luego sin buscarlo- con Radio María. Las dudas que le suscitaba la radicalidad de la sharia impuesta por la larga dictadura del Frente de Liberación Nacional aumentaban cada día con los nuevos atentados, violaciones y amenazas que las noticias relataban. «¿Cómo es posible -pensaba Antonio- que alguien se adueñe de las palabras del Corán y las transforme en un arma con que golpear a las personas indefensas?».
Sus dudas iban cristalizando en un abandono de las prácticas del Islam y, aquel día, la radio inició un punto y aparte que todavía hoy continúa. Antonio se convierte en un habitual de Radio María que le descubre un Dios muy diferente del que él conocía. El ansia de conocer más se mezcla con el miedo al cambio: «En Occidente, cambiar de religión es algo normal, no cuesta nada (…). Sin embargo, para nuestra cultura es un camino accidentado, lleno de obstáculos», explica. De hecho, «para nosotros, perder la fe es un drama, es la antecámara de la desesperación, no es como para vosotros, occidentales, que lográis vivir tranquilos también sin Dios».
Ser creíbles con hechos
A pesar de todo, tras algunos meses de entrevistas con un sacerdote francés, Antonio pide el bautismo. Está convencido de que ha encontrado un tesoro que no puede dejar escapar. No es un sendero fácil, hace falta un tiempo que verifique el cambio que Antonio siente en su corazón. Cuando el momento se acerca, el argelino comprende que su tierra no es el mejor lugar para continuar con su conversión, así que emigra a Italia ante las amenazas de denunciarlo que recibe de su propia familia. Allí consigue permiso de residencia, casa y trabajo, y por fin puede realizar su sueño de vivir su fe en libertad. «Ahora comprendo, -explica Antonio- lo decisivo que puede ser, para ser realmente creíbles, demostrar con los hechos que una civilización que ha heredado los grandes valores del cristianismo puede convertirse en punto de referencia también para el mundo islámico».
La historia de Antonio es una de las muchas que se relatan en «Cristianos venidos del Islam» (Libros Libres). Son historias de miedo, de separación, de huida… Sus protagonistas denuncian que, mientras las historias de occidentales convertidos al Islam son seguidas con interés por los medios de comunicación, su viraje espiritual hacia la Iglesia pasa desapercibido para el gran público. Mientras los primeros son invitados a programas de televisión, se convierten en presidentes de las asociaciones islámicas más famosas y, esencialmente, no tienen ningún problema de visibilidad, ellos han de resignarse a vivir en clandestinidad, poniendo en juego su propia vida y la de su familia. Y aun así, están convencidos de que les compensa.
Por eso, los autores explican que este libro pretende ser, también en parte, una llamada de atención para los cristianos: «Quizás pueda librarlos del entumecimiento y de la normalidad con que viven esa revolución antropológica, antigua y siempre nueva, que se llama cristianismo».
Lo que no se puede confundir es la tolerancia (= respeto de las ideas o conductas de otros) con la permisividad (= comulgar con ruedas de molino, aceptar las ideas o las conductas de otros cuando pueden ser dañinas).
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