Miente, miente, que algo queda...
Si el Tíber baja muy caudaloso o el Nilo muy bajo, si el cielo permanece cerrado o la Tierra se mueve, si llegan la peste o la hambruna, el grito es ‘¡Los cristianos al león!’. ¿Todos para un solo león?" Con estas palabras Tertuliano (160-255 d.C.) resumía el problema de las persecuciones anticristianas. Hoy en día el problema es el mismo. Los católicos aparecen como culpables de cualquier desastre o mal en la tierra. Como en los primeros tiempos, hoy la Cristiandad es perseguida y castigada en su carne y espíritu por todas partes.
Cómo operan los prejuicios y calumnias sobre los cristianos y cómo responder a las mismas
Las palabras del Santo Padre resonaron fuertes y entusiastas al recordar los principios imperecederos del cristianismo. La "Marcha del Orgullo Gay" había tenido el descaro de desfilar en la misma Ciudad Eterna para desairar al corazón mismo de la cristiandad. El Sumo Pontífice renovó en los corazones de los católicos del mundo entero las Enseñanzas salvadoras del Divino Redentor.
Aquellos principios que hacen santos, por los que testimonian los mártires, que impulsan a los misioneros, que consagran viudas y vírgenes, que mueven al heroísmo de confesores y de todos los campeones de la fe, esos mismos principios eran renovados una vez más frente a la Tumba de San Pedro. Las enseñanzas sobre la homosexualidad, el divorcio, el aborto, los totalitarismos, etc. eran repetidas con paternales palabras de S.S. Juan Pablo II.
La reacción del mundo no se hizo esperar. Siempre dispuesto a aplaudir y reconocer con alardes y galardones al Papado cada vez que Sus enseñanzas coinciden con las suyas, esta vez respondería con la saña y violencia virulenta que aplica contra la Iglesia cada vez que las Enseñanzas chocan con su espíritu y deseo. Si unas veces son aplausos, otras serán ladridos, insultos, agravios y ridiculizaciones.
Una orquestada campaña tiñó los medios de comunicación de una acrimonia y purulencia inusuales
Imágenes trucadas de un Papa "insensato, fanático e inquisidor", ataques contra la doctrina y el pensamiento cristiano, burlas contra los mandamientos, deformaciones de los principios católicos y toda suerte de agresiones poblaron las tiendas de periódicos y revistas y ensuciaron el aire con transmisiones televisivas, radiales y electrónicas de un anticatolicismo revelador.
Era la explosión violenta de una campaña mucho más profunda, destructora e intimidante pero inadvertida. Es una persecución silenciosa y silenciadora. No se trata tan sólo de las masivas maquinaciones cruentas con que se persigue y asesina cristianos en el África, en el Asia o Medio Oriente. No hablamos sólo de estos cientos de millones de cristianos perseguidos y masacrados por sus creencias. De estos ya hemos dicho que nadie habla, que nadie mueve un solo dedo en su favor, que nadie organiza conciertos internacionales ni existen estrellas de cine dispuestas ha hacer algo en su favor. Para éstos no hay organismos internacionales que les recuerden y defiendan. Eso ya lo sabemos.
Hablamos de la persecución silenciosa que embriaga los medios de comunicación – ¿o deberíamos decir de difamación? – del mundo entero, del arte "vanguardista", a la política, a la cultura "pop" de la postmodernidad, al pensamiento débil y "políticamente" correcto.
Cine y televisión como ejemplo delator
Sin mucho esfuerzo el católico medio ve con dolor cómo se le discrimina y ultraja en películas y series de televisión. Resulta bastante común ver que las apariciones de religiosos modernos siempre estén ligadas a la mafia, a la protección de ilegales, a la represión moral o, mucho más frecuente, a perversiones sexuales o criminales que la Sagrada Jerarquía desea ocultar.
La Iglesia siempre aparece relacionada con fanatismo, represión, intolerancia y oscurantismo. Si acaso las películas son ambientadas en momentos históricos pasados (en el futuro nunca existe Iglesia), personajes recurrentes dentro de la Iglesia serán un obispo avaro y codicioso, algún religioso lujurioso y otro represor. Si acaso se le permite a algún católico ser bueno y hasta héroe, será uno semi-hereje, muy mal mirado por los pacatos ojos inquisidores de las corruptas autoridades.
La semi-hipnotizada opinión pública es conducida así por los derroteros del prejuicio anticatólico, predisponiéndola para relacionar cualquier acción de la Esposa de Cristo en cualquiera de sus hijos, con los mitos y eslóganes anticristianos inoculados abierta y encubiertamente todos los días y por diversos medios.
Si llevásemos hasta un último análisis este problema, comprobaríamos aterrorizados que la Ciudad de Dios con que soñamos se construye en la mente del ciudadano promedio como un imperio de fanatismo, oscurantismo, represión, puritanismo calvinista, hogueras, persecución, empobrecimiento general, asfixia social y surgimiento de movimientos revolucionarios salvadores de este opresivo triunfo general de la Iglesia. ¿Cómo sino de esta manera horrible podría imaginarse el ciudadano común un mundo gobernado por la Iglesia y sus principios?
Lejano de la memoria popular el viejo principio apologético que residía precisamente en el triunfo de la Santa Iglesia y cómo ello no encerraba un peligro para el Estado y sí grandes beneficios para todos.
¿Qué mas se podría esperar si tuviésemos jueces justos y honrados, administradores eficientes y responsables, políticos honestos y compenetrados con sus representados, científicos virtuosos y amantes de la vida, profesores que por coherencia y convicción formasen almas nobles y puras, legisladores que ordenasen las naciones conforme los mandamientos y la recta justicia, un mundo, en fin, donde cada uno recibiese lo que tiene merecido y que no por lucro sino por amor de Dios fueran incentivadas y cultivadas todas las expresiones del alma humana?
En aquellos lejanos días de las persecuciones de las tiranías romanas, el cristianismo era cosa nueva y rechazada. Se decían disparates y calumnias, se deformaba grotescamente la religión de Cristo. El Santo Sacrificio del Altar era relatado como "asesinatos rituales"; por la consumición de las sagradas especies se decía que los cristianos eran caníbales; escuchaban de la "ceremonia de amor" y los acusaban de incesto y orgías rituales. Ridiculizaban la religión porque se adoraba a un niño, un carpintero, un ignorante. Se dibujaba una burla frecuente: un crucificado con cabeza de burro. Con el tiempo, la gente comentaba como cosa cierta que los cristianos adoraban una cabeza de burro.
Con el florecimiento de eslóganes y mitos sobre los cristianos, deformaciones y prejuicios crecientes en forma e injuria, los emperadores se vieron obligados a aplastar esta temible plaga de locos terroristas e inmorales. Al acusar a los cristianos del incendio de Roma, Nerón decía que lo habían hecho "no tanto por quemar a Roma sino mas bien por el odio irrefrenable que tienen a la humanidad entera".
Hoy no es muy diferente, aún con el agravante de dos mil años de civilización cristiana, de los avances de las comunicaciones, de los aportes de las ciencias y de la historia, de la educación masiva y de la progresiva erradicación del analfabetismo.
No es raro que las mentiras esparcidas por los numerosos enemigos de la Iglesia a lo largo de estos dos milenios, sigan vigentes. Tampoco es raro que se nos vincule con crímenes y aberraciones de otros.
Mito 1: "Los católicos son fanáticamente pro-vida: la quieren a cualquier costo, incluso a costa de la mujer"
¿Puede defenderse la vida con concesiones y excepciones? Para los partidarios de la muerte pareciera ser que sí. Y la regla de medida son sus propios intereses, egoísmos y deseos.
El compromiso con la vida que ha mostrado el cristianismo desde el principio de su historia ha sido el signo distintivo de su estirpe. El concepto mismo de "persona", la abolición de la esclavitud ya en la temprana edad media, la construcción de hospitales, las órdenes religiosas consagradas al cuidado del cuerpo y del alma son pequeñas muestras del amor a los hombres y a la vida que caracteriza a los hijos y discípulos de Cristo.
Coherentes con esta visión de la dignidad humana, los hijos de la Iglesia luchan en la actualidad contra los sofismas y agresiones de los cultores de la muerte.
Para éstos, el compromiso irrenunciable es fanatismo y no poner excepciones para respetar la dignidad y el valor intrínseco de la persona humana es "defender a cualquier costo".
La Iglesia no es una "fanática" defensora de la vida. El fanatismo es ciego, irreflexivo y prejuicioso. La intransigencia en la defensa de la vida nace de la certeza de la verdad, de la comprensión acabada y reflexiva de las cosas. El cristiano ve en cada hombre un hijo de Dios llamado a la bienaventuranza eterna, en cada persona ve a Cristo. ¿Cómo podría consentir el asesinato por simple capricho o comodidad?
Lo que realmente existe detrás de esta acusación es un deseo irrefrenable que exige el fin de toda barrera u oposición a la consumación de sí mismo. Es el liberalismo más arrollador que desea eliminar incluso hasta la más pequeña memoria de su mal, el reproche más liviano. Por eso no ahorra medios ni recursos para aplastar y perseguir a la única institución en la tierra que encierra en sí todo el fundamento de la cultura de la vida. Por esto mismo no extraña ver a líderes cristianos de otras confesiones alinearse en las filas de la muerte con tal de combatir a su Enemiga jurada. Contra la Iglesia todo vale.
Mito 2: "Es escandaloso que la Iglesia condene la homosexualidad y la sexualidad, con la cantidad de sacerdotes homosexuales y monjas inmorales que existen"
Recurso último cuando ya no se puede argumentar, la falacia ad hominem siempre puede sacar de un apuro a un enemigo de la verdad. Y es que cuando no se quiere oír lo que se dice entonces queda agredir atacando a quien lo dice. Vieja táctica de los sofistas, aún hoy se utiliza descalificar a un expositor fijando en la atención en quien es y cómo es su vida y no en que dice y que puede hacer en mi vida.
La Iglesia es una organización de origen y sustento divino pero compuesta por hombres falibles y pecadores. Por eso los sacramentos son un remedio, un consuelo y una ayuda para vivir plenamente la fe.
Por otra parte, y siguiendo el argumento falaz, la cantidad de casos de pecados que pueden imputarse a los sacerdotes y religiosos es bajísimo. La enorme cantidad restante es un aplastante testimonio de la falsedad de semejante generalización. Si aplicásemos la misma falacia contra los acusadores, la situación se volvería grotesca: ¿qué coherencia podrían contraponer contra la "incoherencia" de la Iglesia? Si nos critican la moralidad y nos enrostran la inmoralidad de algunos, el valor en discusión es la moral, practicada o violada. Ahora bien, para ser coherentes en oposición a la incoherencia de la Iglesia, ¿deberían ellos mostrarse coherentemente inmorales? ¿O acaso deberían demostrar que de su parte no existen faltas o pecados y que todos los enemigos de la Iglesia son un dechado de virtud e impecabilidad?
Discutir por esos caminos sólo conduce a absurdos. La próxima vez que escuche un argumento así, concéntrese en que se discutan los principios. Sólo por ese camino llegaremos a conocer, enseñar y vivir la Verdad cristiana.
Mito 3: "No es posible defender la existencia de monasterios o conventos. Esas monjas y monjes son personas ociosas que nada hacen para construir un mundo más justo"
Materialista hasta la médula, el mundo moderno sólo puede concebir la vida en lo materia y tangible. Le son ajenas las realidades del espíritu. Por este motivo sus construcciones, sus inventos y creaciones, su música y entretenciones y todas las formas de expresión de su cultura son materialistas y consideran sólo al cuerpo. Los hombres se neurotizan por esta inanición espiritual y se vuelven locos, esquizofrénicos, tarados. En respuesta, la cultura ofrecerá pseudoreligiones espiritualistas que requieren el cuerpo para "sentir" experiencialmente las emociones de sus creencias.
En contraste, ¡qué suave y equilibrado es el espíritu cristiano! Urgidos por el amor, los cristianos construyen el reino de Dios cimentando sus bases tanto en el cuerpo como en el alma. Preocupados por las realidades superiores del espíritu, muchos varones y mujeres lo han abandonado todo para seguir al Divino Redentor en la perfección de la pobreza, de la obediencia y de la castidad. Unos siguen el camino de Marta, la hermana hacendosa de Lázaro. Otros el camino de María, la hermana contemplativa y espiritual de Lázaro. El Señor respondió en el reproche de Marta a su hermana que no le ayudaba a poner todo en orden para servir al Invitado, la misma cuestión que hoy relanza la postmodernidad: "En verdad te digo que ella ha escogido la mejor parte"
Las religiosas y religiosos de clausura ganan caudales de gracias que luego aplican los hombres y mujeres de acción en sus obras cotidianas. Los conventos y monasterios son pequeñas ciudades de Dios donde puede ser adorado, servido, consolado y amado como Él se merece, sin atender a nada más que a Él mismo. Gracias a su maravillosa existencia es que el sano árbol de la Iglesia se nutre de savia para dar los dulces frutos que ofrece al hombre.
Si el espíritu es superior a la materia, las actividades del espíritu son superiores a las que se ocupan de la materia. Metafísicamente es más alta y noble la contemplación que la acción, si bien una no anula a la otra. En el espíritu de la Iglesia, vendrán a ser como el cuerpo y el alma que unidos dan vida a los miembros de la Esposa de Cristo.
Bien quisiera el mundo que todos se sumasen a su fiebre materialista. Él no puede comprender otra realidad. A éstos responden los contemplativos: muertos para el mundo, libres de la tiranía de la moda, sólo para Dios por los hombres y la Iglesia, en Ti Señor.
Mito 4: "La Iglesia se enriquece con el dinero de la gente: vive de donaciones"
Crítico para las acciones y para las no acciones de la Iglesia, el espíritu del mundo siempre tiene algo que decir en su contra. Si "el ladrón piensa a todos de su condición", el anticatolicismo no puede menos que ver con ojos viciosos el augusto actual de la Maestra de la Verdad.
Si la Iglesia se aparta de los negocios del mundo y sólo se aplica a la salvación de las almas, debe vivir de las donaciones de los fieles, pues otros recursos no tiene. Si, por el contrario, viviese mezclada con los negocios del mundo, perdería sus miras espirituales y viviría preocupada de las especulaciones y lucros propios de quienes viven de los negocios. Entonces sería criticada por los especuladores como especuladora, por los negociantes como negociante, por los mundanos como mundana. Si, en fin, viviese de los dineros del Estado laico, quedaría sujeta a los vaivenes y deseos del poder político de turno, se vería manchada con política local y avergonzada esclava de las oleadas mundanas de afectos y caprichos de tiranuelos.
Ni la Iglesia se enriquece, pues sostiene innumerables órdenes y obras de caridad (que no son su principal misión), ni puede vivir de otro modo que del deber mínimo del fiel de sostener a su Iglesia.
Lejos del buen cristiano la perversa costumbre mundana de la "hipersensibilidad" del bolsillo. Nosotros no mordemos a quien nos pide dinero para algo distinto a un negocio. La generosidad es una virtud santa que nos desapega de los bienes terrenos y nos prepara magníficamente para el cielo.
Mito 5: "La Iglesia debe preocuparse prioritariamente de la pobreza y problemas sociales. Sólo a esa Iglesia puedo reconocer como auténticamente cristiana"
Más allá de la eterna tentación de encerrar a la Santa Iglesia en funciones y papeles determinados, este eslogan – bastante frecuente, por cierto – presenta dos graves errores.
En primer lugar no es papel del poder espiritual preocuparse por solucionar problemas propios del poder temporal. Está en los gobiernos, administraciones y en las diversas instituciones creadas para tal efecto, el atender y remediar los problemas sociales. Ni siquiera las obras de caridad o de beneficencia pública tienen tal misión, ya que existen desde el momento en que le Estado es insuficiente o ineficiente para el cumplimiento de sus tareas de instauración del bien común. La beneficencia y caridad hacen menos duro el drama y auxilian con sus siempre escasos medios. La Iglesia no está para cumplir estas funciones. Puede, por supuesto, orientar a los hombres para conseguir de mejor forma el bien común. Pero esto pertenece, como es obvio, a la esfera espiritual.
Para no caer en el extremismo mundano que querría denunciar que la Iglesia sostiene que no debe ocuparse de los pobres y sufrientes recalcamos: puede ocuparse y lo hace admirablemente, pero no es su papel principal ni menos la obra exclusiva que la hace al menos "aceptable" para el mundo.
En segundo lugar, siempre siguen vigentes las palabras del Señor para los apóstoles cuando estos reclamaron por el frasco de esencia de nardo que derramaba la Magdalena para agradar y adorar al Redentor. A la protesta de "si lo vendiésemos, con su precio podríamos alimentar a muchos pobres", el Divino Maestro respondió: "pobres siempre tendréis, pero a Mi no me tendréis siempre". Eso puso y pone hoy en orden las cosas. No es la misión prioritaria de la Iglesia así como tampoco debe olvidarse de atender al Cristo sufriente en el prójimo. Es un equilibrio que, por su naturaleza espiritual, da mayor atención a tal aspecto, y colabora en el material en la medida de las necesidades. Pero recordemos siempre que la Iglesia centra el espíritu en lo importante: Dios mismo, Su Palabra, la Redención.
Mito 6: "¡No podemos tolerar la intromisión de la Iglesia en la vida privada de la gente! Ya basta con que reprima con su puritanismo a los católicos. Hay que ver cómo vivía la gente cuando la Iglesia era más importante: rezaban de día, pecaban de noche, veían al demonio en todo, eran supersticiosos. Los puritanos y los victorianos son el mejor ejemplo"
Odiando cualquier límite para sus pasiones, la explosión liberal dirige sus armas contra la Iglesia clamando por la libertad sin límites, hasta volverla el libertinaje más aterrador. El aparataje de prensa y la "construcción del mundo" a través de Hollywood han creado una idea del "mundo antiguo" como una mezcla de superstición, de intolerancia, de obsesión sexual represora, de ver pecado en todo, etc. Los trasgresores siempre serán héroes y "mártires" a un mismo tiempo de una sociedad fanática.
Aquí encontramos tres grandes errores: la libertad sin límite, la privacidad entendida según el liberalismo y el origen del puritanismo.
Comencemos por el último para iluminar a los dos primeros. Recordemos que durante los desgarrantes días de la Pseudo-Reforma iniciada por el heresiarca Lutero, Europa y la Cristiandad entera se vieron divididas. En los jirones de cristiandad "reformada", observamos en clásico ejemplo del imperio discorde y fragmentado del mal: como las pasiones se oponen en impulsos y egoísmos, la eclosión de pasiones desatadas por el orgullo y sensualidad protestante, dio origen a una infinitud de nuevas sectas acomodadas según los deseos de los congregados. Un estilo para cada vicio, podríamos decir.
La interpretación personal, literal y antojadiza de las Sagradas Escrituras, instauró un clima enrarecido en los territorios protestantes. El fanatismo y "literalismo" les llevaba a olvidar los preceptos de Cristo y a reinstaurar preceptos del Antiguo Testamento. La obsesión por encontrar al demonio en cualquier lugar menos en donde se encontraba (sus malas ideas y pasiones dominantes) les volvía supersticiosos. Comienzan las cazas de brujas, se acusaba de hechicería a toda cosa inexplicable. Mientras que la Santa Iglesia ni siquiera consideraba seriamente los cargos por sortilegios y hechizos, en los países protestantes se perseguía, cazaba y quemaba a quienquiera que pudiese coincidir con el "tipo" de bruja o hechicera. La Santa Inquisición ni siquiera procesaba, entre los cientos de casos anuales, a más de una o dos acusaciones cada cinco años. Y generalmente se absolvía por falta de pruebas.
Curiosamente la relación directa entre Inquisición y brujería es directa. Aunque los historiadores serios hayan lanzado por tierra esta estúpida idea, en la mentalidad popular persiste la imagen de la Iglesia cazando brujas. Los protestantes quedan limpios de culpas porque también caen entre las "feroces" garras de la difamada Inquisición.
Así como ocurre esto con las brujas y la superstición, sucede con el puritanismo. El orgullo y los principios gnósticos que encierra la revolución protestante llevan a un odio metafísico a todo lo material y carnal. Y como vulgar parodia, el demonio toma estos bufones suyos para realizar una mueca de castidad. Nace el puritanismo más seco. Inglaterra y algunos países nórdicos engendran en sus senos sectas protestantes del más riguroso y fanático puritanismo. De hecho, una de estas sectas es expulsada de Inglaterra y es embarcada a las tierras salvajes de Norteamérica. Ellos darán origen a los actuales Estados Unidos. En Inglaterra, tras auges y retrocesos, cobra fuerza con el isabelismo y victorianismo: ambos símbolos de obsesión por lo sexual y pecaminoso. La sociedad victoriana, tan puritana y masónica a un mismo tiempo, extiende por todos los dominios del imperio inglés esta forma asfixiante de vida.
En los países católicos no sólo no se vivió esta represión diabólica, sino que veían nacer las formas más nobles y bellas de arte que expresaban la alegría de vivir. Luis XIV encarnó por siglos un ejemplo de sociedad católica y alegre, con pasión por la vida y los dones que Dios había puesto para un recto deleite del hombre. Sin embargo, como en el caso anterior, el protestantismo queda exento de culpas en la mentalidad moderna. Siempre será la Iglesia la puritana y represora. Y si alguno puede argumentar, no ya para defender las falsas ideas, sino para manchar en algo a la Iglesia como falacia ad hominem, recordando la conducta de muchos católicos y aun de no pocos religiosos de fines del siglo pasado, recordaremos al mismo lector que la Iglesia también sufrió internamente los embates del protestantismo bajo formas disimuladas. Tal fue el caso del jansenismo, una suerte de protestantismo que envenenó a una considerable parte de Europa y de América, con sus principios encubiertamente antimarianos y de una sequedad tal espíritu que poco se diferenciaba del puritanismo protestante.
Contra éste, San Luis María Grignion de Montfort y tantos otros santos emprendieron una cruzada para acabar con el error y liberar a los pueblos oprimidos por la misma. No puede por eso confundirse a la Iglesia con este error pasajero de sus hijos.
Quedan así destruidas estas imágenes y acusaciones anticatólicas. Sin embargo la idea es tan fuerte en las mentalidades hijas del liberalismo que sufrimos con dolor la idea de tener que luchar por mucho tiempo más hasta que la Verdad triunfe sobre el error interesado.
Pero no perdamos de vista el asunto que nos ocupa: aquí el centro de la cuestión es generar sentimientos de culpa en los católicos por sostener sus principios y practicar su fe. Corregir al que yerra y enseñar al que no sabe son mandamientos de la caridad. Que la Iglesia enseñe por Divino mandato a sus hijos y al mundo entero el camino de la felicidad temporal es su obligación, no una opción libremente escogida.
Puede molestar al liberal escuchar hablar de mandamientos, de moral, de dominio de sí mismo, de fuerza de voluntad, de principios eternos fundados en un Dios inmutable, infinito Bien. El católico no puede callar su fe. No impone al no creyente sus principios de salvación. Sin embargo, está en el deber de todo ser humano luchar por impedir que se cometa cualquier crimen y delito. Las campañas pro vida, las advertencias sobre la ruina para las naciones que es el divorcio, el libertinaje sexual y la pérdida del sentido de honor y moral, son acciones nobles de cuidado a los hombres. Que el liberalismo vea en el recuerdo de los principios éticos y morales una intromisión en su vida privada es un ejemplo elocuente de sus temores y apegos. ¿Por qué no quiere oír hablar de moral? ¿De qué huye? ¿A qué le teme? Deberemos cambiar nosotros las preguntas cuando se nos censure y acalle violentamente.
Mito 7: "La Iglesia es una amante del pasado, enemiga del progreso"
Hábiles manipuladores de palabras, los enemigos de la Iglesia han sabido vaciar de su contenido algunos términos para inocularles uno muy diverso. Así la palabra "progreso" no significa ya una mejora sustancial para el cuerpo y el alma. No contempla ambas esferas de la vida del hombre.
El progreso, para los enemigos de la Iglesia, significa una cosa muy distinta. En sus términos, "progreso" significa "liberarse" de la influencia de la Iglesia, apartarse de sus principios, construir un estado de cosas que tiene fiebre por negar el pecado original y erigir al individuo como "dios" absoluto. Por eso las eternas – y contradichas en sus resultados - experiencias por eliminar las enfermedades, el trabajo, el dolor, la ignorancia, la muerte y el sufrimiento hasta límites antinaturales. Por eso la creatividad puesta al servicio de las pasiones, del hedonismo, del refinamiento del placer hasta abstraernos de la realidad para construirnos mundos imaginarios donde somos dioses y nada se nos opone.
La Iglesia no es amante del pasado. La Iglesia, a diferencia del espíritu moderno, no tiene una visión de "aquí y ahora", de un presente como referencia absoluta de realidad. Para la Iglesia su historia hunde sus raíces en la creación, continúa con la historia del pueblo elegido, prosigue con el esplendor de la venida del Mesías y se extiende hasta hoy en día para continuar elevando sus ramas en el azul profundo de un futuro lleno de esperanzas.
Por esta razón la Iglesia puede exaltar como ejemplos, todos y cada unos de los momentos de coherencia social, grupal e individual. El católico tiene, como mínimo, 2.000 años de experiencia. Es en la riqueza de su pasado donde encuentra buenos ejemplos y guías firmes, no en febriles quimeras de "progreso". La Iglesia es prudente y sabe que muchas de estas utopías se han vuelto contra sus creadores y los han devorado cruentamente. La Iglesia acompaña a sus hijos como una buena madre: les aconseja, orienta, enseña y anima. Por este motivo la Santa Esposa de Cristo ni es "tradicionalista" ni es "progresista". Es eterna. No se queda anquilosada en recuerdos ni abandona todo por espejismos. Tiene la serena alegría de saberse fundada y sostenida por el mismo Dios, quien la preside y anima.
Ante Ella las puertas del infierno no prevalecerán.
En cuanto al progreso bien entendido, y compréndase en esto el mejoramiento de la vida de los hombres en todos los hámbitos de su existencia en armonía con Dios, la Iglesia siempre ha sido defensora y propulsora hasta darnos el ejemplo de que universidades, hospitales e instituciones de caridad fueron creadas en su seno siempre anhelante de perfección y virtud.
Mito 8: "La Iglesia es muy cerrada, muy intransigente"; "En el fondo, el demonio y el infierno son medios de represión y de control"; "¿Qué me dice del endurecimiento del Vaticano? Yo creo que si pudiera, la Iglesia reestablecería la inquisición y quemaría a medio mundo"; "Sólo el ecumenismo es auténticamente cristiano. De hecho, es la única postura seria, aceptable y tolerable de la Iglesia"
Este grupo de errores tienen como centro común la demanda furiosa de relativismo. Para la mentalidad compulsivamente relativista, no es concebible que existan principios inconmovibles, fundados en una Verdad Eterna.
Para el católico no robar, no matar, no mentir, ser castos, honrar a Dios, cumplir con la palabra empeñada, servir a los superiores son principios que no están o pasan de moda.
La intransigencia de la Iglesia, lo hemos dicho innumerables veces, es precisamente una señal que da seguridad y convierte hombres, porque si la Iglesia no fuese de esta manera con los principios que la fundan y mudase los mismos, perdería validez y sería una caja de repercusión de las modas y pasiones del momento. Un día cree una cosa, otro la niega; un día sostiene que la salvación se encuentra en esto, mañana dirá que se encuentra en esto otro. La Iglesia ha recibido la fe de Cristo y es depositaria y Maestra de la Verdad. No puede callarla ni modificarla para contentar a las masas que claman por permisos para sus vicios.
Una cosa muy distinta es lo que quieren los relativistas. Para ellos la Iglesia nunca debe ser intransigente y debe permitirlo todo para tener así una Iglesia "a escala" de sus pasiones, que no le reproche nada, que lo deje caminar por el blando camino del error, del vicio y del pecado. Una Iglesia, en fin, que pierda completamente de vista la Vida Eterna y su misión salvadora. Tan fuerte es el peso de la Santa Iglesia en la conciencia de las gentes, en fin, que la alegría máxima para los viciosos sería vivir sus pecados al amparo de la Iglesia y merecer así la gloria eterna por ello.
Pero la Iglesia sólo es intransigente con el pecado, el vicio, la maldad y el error. La Esposa de Cristo es Madre y Arca de salvación. Nunca es ni será, por lo tanto, intransigente con el pecador. El mismo Divino Redentor actuó así. Como Puerta del Cielo, ofrece remedios y medios de salvación y santificación no sólo en las supremas enseñanzas que guarda en su santo seno sino también en el tesoro de los sacramentos. Como Dios, la Iglesia no quiere la muerte del pecador sino antes su salvación.
Testimonio de esto es la admirable labor misionera que despliega por la faz de la tierra para llevar la Bienaventuranza eterna a todos los hombres y a todas las naciones. Por ello los contemplativos ofrecen sus vidas como víctimas puras de amor.
¿Qué clase de madre sería si viendo a los asesinos merodeando y el negro abismo al que quieren arrojar a sus hijos, no les advirtiese del peligro? Probablemente los viciosos desearían suprimir de las enseñanzas de la Iglesia palabras tales como "juicio", "pecado", "infierno", "ofensa", "purgatorio", "fuego" o "condenación". Para silenciarla niegan toda la tradición de los pueblos que con diferentes conceptos expresan el recuerdo original del infierno y del cielo. Contra todo sentido común, la acusan de inventar aquello que las Sagradas Escrituras repiten constantemente y que el mismo Señor reitera una y otra vez. Los testimonios de santos y los milagros para multitudes lo reitera y aun el mismo buen sentido lo demuestra. ¿Para qué inventar tan angustiantes realidades? ¿Para aplicarse a sí misma esas preocupaciones a fin de predicar con el ejemplo? No. La Iglesia no gobierna según el mundo sino según la ley del Amor. El mundo puede proyectar en Ella, una vez más, sus vicios y costumbres, pero no por ello sus locuras deben tomarse por verdad.
De hecho, esto es lo que hacen cuando intentan gobernar por el terror a los hombres amenazando con los "terrores" de una Iglesia coherente con su misión. Consiguen, no lo negamos, aterrorizar y cerrar puertas, maldisponer a las personas a la palabra paterna del Santo Padre y de la Iglesia entera que se suma a sus esfuerzos apostólicos.
La Iglesia, lejos de desear condenar, se desvive por convertir y hacer amar a Dios. Sus esfuerzos miran la felicidad de los hombres ya desde la presente vida. La amenaza con esa Inquisición que los propagandistas anticristianos deformaron en las memorias e inventaron para el presente es un vulgar intento de manipular y apartar a las almas del camino de salvación. Culpables en sus conciencias, se adelantan en culpar a la Iglesia de hacer eso con el mundo.
Por esta razón es que una vez más vemos cómo vacían y rellenan palabras. Es lo que sucede con el ecumenismo. En lugar de hablar del verdadero ecumenismo, esto es, del esfuerzo apostólico de la Santa Iglesia que dialoga con el mundo y sus creencias para revelarles la verdad plena que ellos han ido - en el mejor de los casos - desarrollando en partes, para los enemigos de la Iglesia, el ecumenismo viene a ser una suerte de renuncia, una claudicación de todos sus principios. El ecumenismo que aplauden resulta ser una petición de perdón por todo lo que cree y una aceptación sin discusiones de los errores, creencias, visiones y costumbres heréticas o paganas. Si tiene aplausos del anticatolicismo, es porque este "ecumenismo" no es más que el relativismo más traidor y disolvente.
Antes de partir, el Dulce Redentor nos dejó un mandato: "Ite et docentes omnes gentes", id y predicad a todas las naciones. Si Él es el Camino, la Verdad y la Vida; si quien no está con Él está contra Él, si quien con Él no siembra, desparrama... ¿podemos olvidarlo todo para agradar al mundo y obedecer a sus reclamos? Lo auténticamente cristiano es escuchar, seguir y servir a Cristo, Sus mandatos y enseñanzas porque en Él y sólo en Él encontramos la salvación. Lo auténticamente cristiano será arder de amor y caridad y recorrer toda la tierra enseñando con alma y vida la Buena Nueva.
Mito 9: "La Iglesia desprecia a quienes no son parte de Ella, mire nada más eso de extra ecclesia nula salus [fuera de la Iglesia no hay salvación] Esa "exclusividad" es anticristiana pues Cristo no lo dijo"
Desprendida del mito anterior, esta acusación la reservamos aparte por su ridiculez y sin sentido. El principio de San Agustín, "No existe salvación fuera de la Iglesia", ya había sido pronunciado antes por San Cipriano con estas palabras: "Quien no tiene a Dios por Padre no puede tener a la Iglesia por Madre". Si consideramos por un momento que el pecado, el error, el mal o la herejía significan la perdición eterna, veremos cuanta luz y amor arrojan estos dos principios.
El principio de no-contradicción nos dice que una cosa no puede ser y no ser a un mismo tiempo y bajo un mismo punto de vista. Uno no puede salvarse mintiendo tanto como diciendo la verdad, robando como siendo honrado, quebrantando la Ley como cumpliéndola. Es absurdo.
Esta visión de la Iglesia nace de la certeza de haber sido fundada por el Mesías esperado, por el Divino Redentor. En Ella depositó el Señor la Verdad salvadora y a Ella le confió la tarea de enseñar a los hombres Su Amor y Santa Justicia que otorga a cada uno premio eterno o castigo eterno según sus obras.
La Iglesia, en fin, ve en el otro una persona con dignidad, nunca una suerte de animal o de hijo de Satanás como el protestantismo vio en sus colonias.
¿Cómo puede despreciar a quienes no pertenecen a Ella? La Iglesia no es un grupo de "iniciados" esotéricos que desprecian a los "ignorantes" ni peca del orgullo exclusivista de las sectas. La Santa Iglesia envía misioneros por el mundo entero, reza y pide gracias para que todos los hombres conozcan la luz. Si despreciara, no se explica la Nueva Evangelización, el celo misionero, el apostolado cotidiano y extraordinario que le caracteriza y distingue entre cualquiera de los credos con que se le compare.
Mito 10: "Ser tradicionalista es ser cismático"; "Lefebvrismo y tradicionalismo son la misma cosa (...) todos están excomulgados", "Grupos de poder como el Opus Dei son sectas peligrosas"
Anticipándonos al último golpe que pueden dar los enemigos de la Iglesia contra quienes la defiendan sin excepciones, postergamos hasta el final este mito que carece tanto de sentido como de fundamento.
Diremos en primer lugar que hay diferencia entre tradicionalismo e inmovilismo histórico. El tradicionalismo resguarda y protege esas bellas instituciones sociales, costumbres y hábitos de vida que han ido naciendo en el seno del cristianismo y que resultan ser formas de expresión de la fe en los distintos campos de la actividad del hombre. El inmovilismo histórico, en cambio, sólo ve en estas costumbres una suerte de "piezas de museo", descontextualizadas de la fe y mentalidad que las inspiraron. Ama lo antiguo por el sólo hecho de ser antiguo. El tradicionalismo, por lo tanto, no es incompatible con el verdadero progreso. El inmovilismo histórico es paralizante, idealiza el pasado, lo descontextualiza y se queda fijo en éste o aquel aspecto del problema contemporáneo creyendo encontrar la respuesta en éste o aquel otro aspecto del pasado. Corta, así, el flujo de la historia y el desarrollo de la fe que anima la sangre fresca de la Cristiandad y de la humanidad.
Ser tradicionalista, por lo tanto, no tiene nada que ver son ser cismático. De hecho no pocas veces el cisma se produce porque quien se aparta de la Cátedra de Pedro lo hace por inmovilismo histórico.
Sobre las acusaciones de sectas dentro de la Iglesia ejemplificadas por el Opus Dei, no requerimos extendernos tanto. El Opus Dei es una Prelatura personal perfectamente conforme al derecho canónico, con plena unión al Santo Padre. El mismo Papa ha depositado numerosos e importantes cargos y funciones a sus miembros. Muchas de sus costumbres han sido tradición viva de la Iglesia aunque resulten chocantes para muchos que nacieron y crecieron en el abandono de las misas. Otras han sido fruto de la inspiración que el Espíritu Santo otorga a los nuevos carismas. Ni tiene estructura ni comportamiento de secta, por lo que resulta ignorante acusación la que se le lanza.
El igualitarismo extremo desearía que no existiesen carismas ni vocaciones, que todo se fundiese en una sola masa amorfa e indistinguible a suerte de las asambleas protestantes. Pero la Iglesia es como un gigantesco árbol de pimienta. En sus extensas ramas se anidan pájaros de distintas especias, costumbres y plumajes. Ellos construyen sus nidos con alturas, profundidad y formas distintas. Todos ellos caben en el árbol, todos son hijos de la Santa Iglesia. Bien puede un pájaro no desear el nido del otro, ni sus formas ni plumaje, pero no por eso le expulsa del árbol por ser distinto. Esto se aprecia bellamente en la extraordinaria diversidad de carismas de órdenes religiosas nacidas a lo largo de 2.000 años de historia. Es tan rica su diversidad, son tan generosos sus impulsos y visiones, sus fundadores y santos son tan distintos entre sí y a un mismo tiempo tan prototípicamente católicos. Dios se refleja en sus criaturas y en los grupos de criaturas. La infinita magnificencia del creador no puede limitarse a una masa gris y homogénea.
Los gritos del igualitarismo quieren apagar esta riqueza y variedad. Aquí reside la esencia de la agresión junto con la violencia que desatan sus pasiones que claman por la aniquilación de la Santa Iglesia en su espíritu y verdad.
El listado podría continuar enumerando mitos y más mitos.
Sabemos que el sentido último es, como en las primeras persecuciones, apartar a las personas de la Fe católica y respaldar las acciones cruentas contra la Esposa de Cristo.
Mientras tanto, sabemos ya que como en el caso del Convento de Carmelitas de Auschwitz, por el que se han hecho movilizaciones internacionales para expulsarlas y obligarlas a retirar la cruz que recuerda a los millares de católicos que padecieron las persecuciones del nazismo y que allí mismo testimoniasen con su muerte su amor a Cristo, como el es el caso de San Maximiliano Kolbe, siempre se culpará a los católicos de las más perversas intenciones. En esta persecución puntual, "es una muestra de la intención católica de intentar deshebraizar el lugar, en palabras de la directora del periódico judío de mayor tirada de Italia, quien aprovechó de anunciar nuevas movilizaciones "para expulsar a las monjas de Auschwitz" que, por cierto, están en ese lugar desde mucho antes de que Hitler azotara esas tierras.
Se cuenta que el ministro de la policía de Napoleón, Joseph Fouché, ante cualquier caso que se le presentaba daba la misma orden a sus investigadores: "Cherchez la femme!", buscad a la mujer. Estaba completamente convencido de que detrás de cualquier affaire, había una mujer como inspiradora o cómplice. A la simple vista de la leyenda negra que tejen los medios de comunicación, el arte moderno y la cultura postmoderna, parece que las fuerzas del mundo han cambiado la orden: "Cherchez le catholique!" Suceda lo que suceda, la culpa siempre es y será de un "católico".
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