¿Podemos considerar al embrión una persona humana? Cuando se descubrió América se debatía: ¿podemos considerar a los indígenas personas humanas? ¿No es el embrión el nuevo esclavo del siglo XXI?
Dicen que el hombre es el único animal que cae dos veces en el mismo hoyo. Más aún: cae a pesar del porrazo que se dio el de enfrente por venir inmerso en otros avatares más importantes que fijarse a dónde van a parar sus pies. Algo de memoria histórica no nos vendría mal. Podría parecer demasiado banal, pero es que no sólo nos sucede en la vida diaria y práctica, sino que es un fenómeno presente en temas mucho más esenciales e importantes.
Se ve en el debate bioético, por ejemplo. En los últimos años se ha desatado una discusión novedosa, pero no muy original. Los avances de la ciencia han dado pie a grandes descubrimientos en el estudio del embrión humano. El progreso científico ha provocado que el hombre se cuestione cosas antes poco discutibles. La pregunta que brota espontáneamente al contemplar ese “cúmulo de células” es: ¿podemos considerar al embrión una persona humana? No es indiferente la respuesta: la legitimidad del aborto, sólo por dar un ejemplo, depende de ella. En pocas palabras, la pregunta no viene por puro afán de hacérsela, sino que surge junto con intereses de todo tipo. Es aquí donde entra la historia (es decir, el que iba enfrente de nosotros y que ya cayó en el hoyo): la misma cuestión se debatía en pleno siglo XVI, aunque las causas que motivaban la pregunta eran distintas.
Después del descubrimiento de América comenzó la colonización. Desde el inicio viajaron numerosos grupos de frailes en las expediciones junto con los emigrantes, sobre todo franciscanos y dominicos al inicio, y jesuitas más adelante.
La gran mayoría de los recién llegados españoles iban a los negocios, claro está. Pero para ello necesitaban gente que trabajara para ellos, y entre menos tuvieran que invertir, mejor. Es entonces cuando se comienza a discutir la cuestión que ahora nos concierne: ¿podemos considerar a los indígenas personas humanas? ¿No son más bien una especie de animales de carga? En principio, eran bastante parecidos a los españoles, pero aún así eran considerados raza inferior. Si los indígenas eran tan personas como los españoles, no se podían utilizar como esclavos. Pero si no lo eran, entonces podían ser usados como mano de obra muy barata.
Comenzaron, pues, los abusos, y la Iglesia (ya desde entonces) fue la única que se atrevió a levantar la voz en contra de la injusticia. Por un lado Bartolomé de las Casas con sus misiones, y por otro Francisco de Vitoria desde la cátedra de Salamanca. Los frailes de esta ciudad con Vitoria a la cabeza, se encargaban de crear la conciencia en Europa de que no era posible considerar a los indígenas como objetos, ni como esclavos, pues tenían la misma dignidad que los españoles. Vitoria impartió cerca de 10 lecciones en la Universidad salmantina. El hecho de que un profesor como él diera esas conferencias resonaba muchísimo en el mundo intelectual y social de la época. Lograron cambiar la legislación en 1512 con las leyes de Burgos, pero en la práctica la explotación en América seguía. Y como nadie actuaba, los dominicos siguieron insistiendo.
Cuenta la anécdota que hasta el mismo Rey Carlos V, presionado por algunos colonizadores, escribió al abad del monasterio de San Esteban de Salamanca para pedir que “se callaran esos frailes”. Pero el emperador llevaba todos estos temas con mucho interés personal. En 1542, después de tanta insistencia y lucha, se abolió la esclavitud de los indígenas. Hay que ver cómo se aplicó después, pero por lo menos el principio se salvó.
El paralelismo entre este hecho histórico y el debate bioético actual es estrecho. Lo que se discute hoy es la identidad humana del embrión, así como lo que se discutía entonces era la identidad humana del indígena. Parecen dos cosas distintas pero no lo son. ¿Qué era lo que hacía a un español “persona”, y al indígena no? ¿Qué es lo que nos hace a nosotros personas, y al embrión humano no? Nos queda una de dos: podemos cruzarnos de brazos y contemplar los abusos que sin duda se hacen en todas partes del mundo contra personas inocentes e indefensas. Podemos rendirnos ante la mole “pseudo intelectual” que no acepta la obviedad de la identidad y la dignidad humana del embrión. La otra alternativa nos la ofrecen los dominicos. No obstante las contrariedades políticas, culturales, sociales e incluso económicas, supieron defender lo más importante que puede existir para el hombre: la vida.
El mirar al siglo XVI no nos resuelve el problema (claro está). Pero puede hacer reflexionar y armar de valor a quien todavía cree en la vida. La lucha no ha de cesar hasta que se haga justicia, a pesar de que las consecuencias sean cambiar legislaciones, estatutos y modos de vida. ¿No será que hoy también intereses de algunas minorías empujan a la legalización del aborto allí donde aún no es legal, o a su ampliación allí donde está permitido? ¿No será que han logrado que parezca normal lo anormal? ¿No es el embrión el nuevo esclavo del siglo XXI?
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