No deja de ser curioso que quienes se proclaman radicalmente agnósticos, no creyentes, ateos tengan una fijación con el pecado. Lo hemos vuelto a ver con motivo de una mala interpretación de lo que había dicho el Vaticano (por otra parte cosa frecuente).
Afloró en los medios de comunicación que la Iglesia había añadido nuevos “siete pecados sociales” a los siete pecados capitales señalados por el Papa Gregorio I en el siglo VI, a saber:
1. Las violaciones bioéticas, como la anticoncepción.
2. Los experimentos moralmente dudosos, como la investigación en células madre.
3. La drogadicción.
4. Contaminar el medio ambiente.
5. Contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres.
6. La riqueza excesiva.
7. Generar pobreza.
Ha sido más bien una desinformación malintencionada para dejar en ridículo al Vaticano, estos “pecados sociales” son simplemente una derivación de los pecados capitales en un mundo más moderno.
Pero no contentos con desinformar muchos no han podido resistir la tentación de comentar lo que no existía. Un caso paradigmático es el del cuentista –en el sentido de escribidor de cuentos- Quim Monzó, que conseguía demostrar como es posible alterar la realidad a base de no preocuparse por la veracidad de los hechos que se comenta.
Pero es que además, para el no creyente, la noción de pecado en su sentido religioso le tendría que resultar indiferente. Porque pecar no es otra cosa que actuar de manera que nos aleje del sentido de Dios. Esto es el pecado y en esto radica su gradación. Quien no cree en Dios no tiene por qué inquirir sobre qué significa el alejamiento, esto dicho en el plano estricto de la fe.
Pero esto no liquida el tema del pecado, dado que existe una dimensión que afecta tanto al que cree en Dios como al que no. El alejamiento de Él significa también ruptura con la ley natural y esto sí tiene traducción en el orden práctico.
Las personas, las sociedades están regidas por una ley natural que todos podemos compartir desde la razón. El respeto a la vida, cada vez más dañado, es una de las manifestaciones más evidentes de esta ley común, pero ni mucho menos la única. El pecado individual y estructural se traduciría desde este punto de vista en rupturas, disfunciones sociales.
En el fondo la teología de la liberación que tanto gusta a algunos progresistas es una determinada interpretación de esta lógica interna de la dimensión evangélica.
Lo que sucede es que en una contradicción flagrante estas mismas personas no son capaces de aplicar idéntico criterio, el de la ruptura de una ley nacida de la voluntad de Dios, en nuestras sociedades.
Al no creyente no debería interesarle tanto lo que un católico considera o no pecado, como si es cierto o no que esta ruptura con Dios genera daños objetivables en las personas y en la sociedad. Esto sí tiene interés de ser medido, valorado, debatido por todos, porque a todos nos interesa y porque los datos, dentro de su mayor o menor fragilidad, nos permiten unificar lenguaje, planteamientos y conclusiones.
Hasta ahora sucede lo contrario. Se interesan por el pecado en su dimensión religiosa y se niegan radicalmente a examinar si ese mismo pecado tiene consecuencias sobre las vidas de personas y las comunidades.
Para un creyente el aborto tiene un determinado sentido, rompe con Dios de una manera radical, pero además este mismo hecho tiene graves consecuencias personales sobre la mujer, sociales y económicas que se pueden medir y contar. Es sobre todo esto lo que debemos debatir todos, es sobre esto donde se debe producir un diálogo entre creyentes y no creyentes porque este es el espacio donde unos y otros confluimos.
* * * * * *
Hay medios de comunicación que lo son de incomunicación, porque practican la confusión por sistema. Esto ocurre cuando en vez de informar se dedican a la desinformación sistemática que puede deberse, entre otras causas, a la descontextualización de los datos, la ausencia de criterio o la intención torcida. En los últimos días son paradójicamente los medios laicistas los más preocupados por el denominado caso de los pecados sociales y no precisamente para orientar y aclarar a su público sino para mofarse y deslegitimar el pensamiento de la Iglesia sobre los actos humanos que atentan contra al dignidad de la persona.
Que el Penitenciario de la Santa Sede haya escrito un artículo en el diario L´Osservatore Romano recordando la tradicional doctrina de la Iglesia sobre el pecado, en sus dimensiones personales y sociales, y lo haya aplicado a nuevos fenómenos y realidades públicas, no debiera servir de motivo para ridiculizar a la Iglesia y para confundir más si cabe a la opinión pública. Una detallada lectura del catecismo de la Iglesia católica y del Compendio de doctrina social nos recuerda que hay pecados, acciones que atentan contra el plan de Dios y contra la dignidad de las personas, que por su objeto, una agresión directa al prójimo, se han calificado como pecados sociales. La Iglesia ni modifica ni modificará los siete pecados capitales, que son expresión de aquellas faltas que el hombre comete desde que es hombre. El pecado social es tan antiguo y tan nuevo como el hombre mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario