Recibí un correo de un lector que conmovió mi interés, y dice así: “Hola amigo!! Sigo a menudo tu blog y quería proponer una noticia que ha tenido lugar en el centro de Alicante. 5 estudiantes han salido a la calle para reivindicar la poca efectividad de pasarse estudiando media vida, para luego no encontrar trabajo en ningún sitio. Muy relacionado con el problema del paro que hay ahora mismo en España, para dejarnos claro que este no discrimina por profesión. Pues bien la dinámica ha sido que se han colocado en la avenida maisonave (en pleno centro de alicante) cada profesión por un lado: más concretamente: un médico, un fisioterapeuta, un profesor, un publicista y un farmacéutico a ofrecer sus servicios a cambio de unas monedas, con un cartón en el que explicaba su situación actual y una gorra para que la gente eche dinero. La gente se quedaba a cuadros al verlo, para que veáis lo mucho que se puede hacer con muy poco” (Angel Borrul Japones).
Le respondo con estas líneas:
El valor del trabajo radica, precisamente, en que es el hombre quien lo realiza. El trabajo no es un objeto más, sino expresión y condición del desarrollo espiritual y social del hombre. Cuando se olvida esta relación primaria del trabajo con la dignidad del hombre, pierde su riqueza cultural y valoración moral.
Al considerar al trabajo sólo desde lo que produce, o como una variable más dentro de una cadena productiva, olvidándose del sujeto que lo realiza, se pierde de vista su referencia de necesidad personal para el hombre, como de vinculación moral para la sociedad. Crear trabajo es signo de una sociedad justa.
Esto nos debe llevar a concluir que la mayor pobreza del hombre es no tener trabajo, o no poder trabajar. El trabajo no es sólo un tema personal, sino social y político.
Cuando tomamos en serio la importancia del trabajo en la vida del hombre, no podemos dejar de afirmar que es moralmente injusta y culturalmente pobre una sociedad que no reaccione frente al flagelo de la desocupación y la pobreza.
El trabajo es el camino para vencer la pobreza y la marginación.
La dignidad de la persona confiere al trabajo y al desarrollo su verdadero valor. La frustración de miles de personas que no encuentran trabajo y que ensombrece la posibilidad de lograr los objetivos de desarrollo nos puede llevar a un estado de cosas que pueden repercutir negativamente en la seguridad mundial. El desarrollo es el nuevo nombre de la paz.
La participación local es una de las claves propulsoras de la economía. Paso a paso se reduce la pobreza, la emigración se transforma en una opción y no en una necesidad, las normas sociales se consolidan y las personas salen del círculo vicioso de la miseria.
Cuando el proceso de transformación de la sociedad arraiga el trabajo decente contribuye a fomentar la convicción en un futuro mejor y se afianza la autoestima. El coraje y la imaginación política para tomar las medidas necesarias pueden llevar en cambio a un compromiso concreto en la eliminación de la pobreza global, que sigue siendo un escándalo y una amenaza a la paz y la seguridad.
Las autoridades gubernamentales tienen una responsabilidad directa por la falta de trabajo, miran más a sus amigos que a las personas que tienen bajo su tutela. Una autoridad gubernamental que no vela por el bienestar de las personas en cuanto a la posibilitación del trabajo simplemente “suicida” su espíritu y pasa a ser una “cosa” que carece de moral.
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