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LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO, SUS PELIGROS Y ALCANCES

lunes, 14 de febrero de 2011

Embajadas se entrometen respaldando manifestaciones homosexuales en Perú

Fuente: ACIprensa

Siete embajadas se adhirieron a las manifestaciones convocadas por las organizaciones de activistas homosexuales para reclamar la legalización de uniones entre personas del mismo sexo bajo el argumento de la no discriminación.

El comunicado de adhesión está firmado por las Embajadas de Australia, Bélgica, Estados Unidos de América, Países Bajos, Reino Unido, República Checa, Suecia y el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA – ONUSIDA.

En el texto, los firmantes expresan su "apoyo y solidaridad a las comunidades lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros en el Perú" y se erigen como los modelos en la lucha contra la discriminación por orientación sexual.

"Nuestros gobiernos y organismos internacionales procuran combatir tal discriminación promoviendo los derechos humanos de todas las personas, independientemente de su orientación sexual o identidad de género. Instamos a todos los gobiernos a asegurar que ni la orientación sexual ni la identidad de género sean la base para el estigma y la discriminación", indica el texto.

Las sedes diplomáticas "felicitan" al Gobierno peruano por haber aprobado la Resolución 2600 de la Organización de los Estados Americanos (OEA) sobre "Derechos Humanos, orientación sexual e identidad de género", un documento que algunos grupos pretenden utilizar para pedir la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo.

sábado, 12 de febrero de 2011

El no tan romántico héroe de América: Ernesto “Che” Guevara

Fuente: Argentinos Alerta

La ideología opera de un modo reductivo en las mentes y los corazones de los hombres de modo tal que genera realidades virtuales que nada tienen que ver con lo auténticamente real.

Esta mentalidad ideológica, enemiga irreconciliable de la verdad, ha construido una realidad idílica y romántica del Che Guevara que está completamente alejada del sujeto histórico real.

En los renglones que siguen nos ocuparemos, simplemente, de referir cuál fue el pensamiento del Che Guevara para que se pueda saber, a ciencia cierta, quién fue este famoso personaje. Para ello investigamos su obra escrita y traemos a colación sus propias palabras como para que no queden dudas de lo que realmente pensó Ernesto Guevara

Filosófica y políticamente, Guevara es marxista. Expresa el Che: «Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe "ser marxista" con la misma naturalidad con que se es "newtoniano" en física, o "pasteuriano" en biología…»[1]. Y añade: «Es por ello que reconocemos las verdades esenciales del marxismo como incorporadas al acervo cultural y científico de los pueblos y lo tomamos con la naturalidad que nos da algo que ya no necesita discusión»[2].

Observe el lector el modo en que Guevara ha determinado, dogmáticamente, que el marxismo es una verdad cuasi revelada que no puede someterse a discusión alguna.

Al asumir la filosofía de Marx, Guevara suscribe al ideal revolucionario. Marx enseña, en efecto, que la naturaleza no está para ser interpretada sino para ser transformada. A esto último, Guevara lo considera un cambio cualitativo en la historia del pensamiento social[3].

Desde su óptica, la diferencia respecto de Marx es que este último fue un científico que pensó las leyes que gobiernan la revolución; los cubanos fueron aquellos que las aplicaron[4].

Ahora bien, esta revolución no se hace de abajo hacia arriba: es una elite la encargada de concientizar a la masa y de comandarla. Para Guevara, la lucha guerrillera se desarrolla en dos ambientes bien distintos: «…el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar, y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización, generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo»[5].

En otro lugar expresa: «Nuestra aspiración es que el partido sea de masas, pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia, es decir, cuando estén educadas para el comunismo»[6].

Pero entonces, ¿para qué la revolución? La respuesta es simple: para la creación del hombre nuevo[7], o sea, el equivalente a la promesa de la instauración del reino celeste en la tierra que proclamaba el cristianismo.

Resulta interesante, al respecto, la obra de Norman Cohn En pos del Milenio, en la cual muestra cómo los movimientos milenaristas que surgieron entre los poseídos y desarraigados de Europa occidental entre los siglos XI y XVI, instruidos y guiados por presuntos profetas y mesías provenientes, en su mayoría, de la baja clerecía, fueron auténticos precursores de los grandes movimientos revolucionarios del siglo XX[8].

Ya hemos escrito en otro lugar que todo proyecto revolucionario sólo puede anidar en una cabeza que barrunta que el mal no reside en el interior del hombre sino en realidades exteriores al mismo (como lo son, por ejemplo, las estructuras sociales injustas). Entonces, de lo que se trata es de transformar dichas estructuras injustas en justas para poder vivir el paraíso aquí, en la tierra. El hombre nuevo de la gracia, de la vida divina que predica el cristianismo, que logra su plenitud en el Reino celeste, podrá alcanzarse en esta tierra a través de fuerzas puramente humanas. Claro está que, para llegar a esta realidad, será preciso pasar por la revolución que equivale, lisa y llanamente, a muerte…

Refiere Guevara, sin ambages, que el cambio en América Latina debe producirse a través de la lucha armada, la cual «… va haciendo más clara la necesidad del cambio (y permite preverlo) y de la derrota del ejército por las fuerzas populares y su posterior aniquilamiento (como condición imprescindible a toda revolución verdadera)»[9]. La lucha armada no es una opción entre muchas sino el «… instrumento indispensable para aplicar y desarrollar el programa revolucionario»[10]. La violencia constituye un bien, ya que a través de ella se aceleran las condiciones que alumbrarán al reino terrenal. Afirma Guevara: «Es decir, no debemos temer a la violencia, la partera de las sociedades nuevas; sólo que esa violencia debe desatarse exactamente en el momento preciso en que los conductores del pueblo hayan encontrado las circunstancias más favorables»[11].

El auténtico revolucionario tiene una pasión idéntica a la del hombre religioso: sólo varía el objeto de su fe ya que el primero lo pone en Dios, y el segundo lo sitúa en la conquista del hombre nuevo. Y así como el hombre religioso debe renunciar a todo para seguir a Dios, el revolucionario, que dedica su vida entera a esta causa, «… no puede distraer su mente por la preocupación de que a un hijo le falta determinado producto, que los zapatos de los niños estén rotos, que su familia carezca de determinado bien necesario»[12]. Pensar de manera contraria equivaldría a dejarse infiltrar por los gérmenes de la futura corrupción.

La historia misma ha sido testigo de las desgracias que esta «mística» revolucionaria (encarnada, en nuestro caso, en el Che Guevara) ha traído a los pueblos que la abrazaron. La violencia como método de cambio social no es aséptica ya que la misma supone, cuando es empleada, el desprecio de todo valor. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿cómo será posible que, procediendo de este modo, se llegase algún día, luego de haber negado todo valor que no sea el de la fuerza, a la entronización de valores en el mundo del paraíso terrestre que predican todos los revolucionarios milenaristas?

Permítasenos citar estas verdaderas, valientes y justas palabras de Oscar del Barco, otrora ideólogo gramsciano que apoyara y alentara movimientos guerrilleros en Argentina: «Creo que parte del fracaso de los movimientos "revolucionarios" que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoslavia, China, Corea, Cuba, etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trostsky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara. No sé si es posible construir una nueva sociedad, pero sé que no es posible construirla sobre el crimen y los campos de exterminio. Por eso las "revoluciones" fracasaron y al ideal de una sociedad libre lo ahogaron en sangre. Es cierto que el capitalismo, como dijo Marx, desde su nacimiento chorrea sangre por todos los poros. Lo que ahora sabemos es que también al menos ese "comunismo" nació y se hundió chorreando sangre por todos sus poros»[13].

Concluimos estas breves reflexiones con una pregunta: ¿cómo es posible que una sociedad, que se autodenomina «democrática» y entroniza los derechos humanos, eleve a la categoría de héroe a un guerrillero que exaltó la violencia como método, y asesinó sin tener sensibilidad alguna para apreciar el valor excelso de cada vida humana?

Notas:

[1] Ernesto Guevara. «Notas para el estudio de la ideología de la revolución cubana». En Ernesto "Che" Guevara. Obras Completas. Bs. As., MACLA, 1997, p. 173.

[2] Ibidem, p. 174.

[3] Cfr. ibidem, p. 174.

[4] Cfr. ibidem, p. 175.

[5] «El socialismo y el hombre en Cuba». En Ernesto "Che" Guevara. Obras Completas, p. 205. Lo destacado es nuestro.

[6] Ibidem, p. 218.

[7] Cfr. ibidem, p. 217.

[8] Cfr. Norman Cohn. En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media. Madrid, Alianza Editorial, 1997, 5ª reimpresión.

[9] Ernesto Guevara. «Cuba: ¿caso excepcional o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?». En Ernesto "Che" Guevara. Obras Completas, op. cit., p. 230. Lo destacado nos corresponde.

[10] Ibidem, p. 234. Lo destacado es nuestro.

[11] «Guerra de guerrillas: un método» (septiembre de 1963). En Ernesto "Che" Guevara. Obras Completas, p. 381. Lo destacado nos corresponde.

[12] «El socialismo y el hombre en Cuba». En Ernesto "Che" Guevara. Obras Completas p. 220.

[13] Oscar del Barco. No Matar. Sobre la responsabilidad. Córdoba, Ediciones La Intemperie, 2008, 1ª reimpresión, p. 33.

martes, 8 de febrero de 2011

El Islam agonizará

En los años setenta parecía que en la Iglesia no había nada más importante que enfrentarse con el marxismo. Como han demostrado después los hechos, uno de los errores ha sido tomarse demasiado en serio esta ideología que, para quien quisiera ver, estaba ya al borde del precipicio, mientras para muchos cristianos (que la habían descubierto recientemente) era como una especie de primavera para el futuro del mundo. Un error de perspectiva que afectó no sólo a algunas franjas contestatarias (los de mi edad recordarán a los «cristianos para el socialismo», entre otros), sino a la mismísima cúpula de la Iglesia: la «ostpolitik» de Pablo VI, la política de diálogo, de acuerdo, de distensión hacia los regímenes de «socialismo real», partía de la convicción de que aquellos déspotas gozarían de un tiempo ilimitado. Era necesario ponerse de acuerdo con ellos a cualquier precio para crear un espacio de supervivencia para la Iglesia.

En cualquier caso, el foco de interés hoy parece estar en aquel islamismo que, desde mediados del siglo XX, era visto por muchos occidentales como una especie de fósil para subdesarrollados, confinado en la franja de los trópicos. Ahora, en cambio, corremos el riesgo de sobre-valorar su potencia y su futuro. ¿Un error de perspectiva, como el del marxismo? Es posible, dado que, al salir de su contexto tribal y esparcirse por Occidente, el islamismo tendrá que vérselas con nuestros «venenos», con nuestros racionalismos, secularismos y laicismos.

Mucho por andar. El Islam tiene seiscientos años menos que el cristianismo. Debe todavía atravesar las fases de Reforma, de Renacimiento, de Ilustración y de Cientifismo a las que la fe en Cristo ha podido hacer frente, saliendo viva de todas, aunque con crisis y pérdidas. La Escritura judeo cristiana ha «sobrevivido» al asalto devastador de la crítica racionalista. Deberíamos preguntarnos que sucederá cuando el Corán sea agredido y viviseccionado por los «expertos», con el trabajo y el ensañamiento que cierta investigación académica occidental ha dedicado a la Biblia. En cualquier caso, la crisis del Islam, en contacto con nuestros ácidos disolventes (los mismos que han corroído el marxismo hasta destruirlo) y con los valores de una civilización impregnada por dos milenios de cristianismo, será un proceso largo y dramático. Los de mi generación no verán su desarrollo, pero pueden intuir sus líneas, reflexionando sobre las dinámicas internas que guían, desde el principio, la fe musulmana, a la que contemplan a menudo los cristianos atribuyéndole categorías propias. Pienso en el concepto de diversidad, sobre todo en su aspecto «misionero», y me pregunto si existe algo parecido en el Islam. En realidad, los musulmanes no han tenido nunca un apostolado organizado, ni estructuras misioneras como las ha tenido, y las tiene, el cristianismo. Es más: como veremos, han intentado desalentar las conversiones al Islam. Los historiadores son unánimes a la hora de afirmar que Mahoma murió sin prever en modo alguno el desarrollo que iba a tener la fe que predicaba, pensando que se dirigía exclusivamente a los habitantes de la península arábiga. Quería darles una fe monoteísta, arrancarlos de las supersticiones paganas, y darles una comunidad, como la que tenían ya judíos y cristianos.

La extraordinaria, imprevista expansión árabe tras la muerte del Profeta no sucedió -como cuenta el imaginario popular- al grito de «¡Cree o muere!». Que no fue así lo demuestran también las minorías cristianas y judías que sobreviven tras más de mil años de dominación musulmana. En realidad, los árabes no fueron a la guerra para convertir a la fe a los incrédulos, sino para someter bajo su dominio las tierras conquistadas. Tras las matanzas iniciales, establecían con los vencidos un verdadero «contrato de protección» que se basaba en dos puntos: pagar un tributo y aceptar la pública humillación, reconociendo los privilegios de los vencedores. Encontramos muchas de estas «cartas de protección» (en realidad, de «dominio») en los países cristianos invadidos.

Obligaciones y humillaciones. Entre las obligaciones, estaba la prohibición de tocar las campanas, de mostrar en público la cruz, de construir nuevas iglesias y conventos, de erigir casas más altas que las de los discípulos de Mahoma, de hospedarlos gratuitamente en su peregrinación a La Meca. A estos deberes y humillaciones se les unen dos que parecen desconcertantes: la prohibición de leer el Corán y de enseñarlo a los hijos. A veces van más allá, imponiendo a cristianos y judíos conservar su religión bajo pena de muerte en caso de abandono. Para explicar estas medidas (incomprensibles para un cristiano), existen también razones económicas. La «protección» tenía un precio, y muy alto: las tres cuartas partes de las ganancias de los desventurados «protegidos». Sólo ellos pagaban los impuestos. Los musulmanes, en la medida de lo posible, eran mantenidos. De aquí la prohibición a los no árabes de entrar a formar parte de la casta privilegiada. Cada converso más era un contribuyente forzado menos. Nada, por tanto, de «¡Cree o muere!». Sino más bien «¡Paga y sobrevive!». Nos regalan los oídos, desde hace tiempo, hablando de la «tolerancia musulmana» (por ejemplo, en España) contraponiéndola naturalmente a la «intolerancia» católica. Pero estos apologetas de Alá olvidan explicar (o lo ignoran) cómo fueron las cosas: por una parte, los explotados, por otra, la élite de los patrones que vivían como parásitos, vigilando para que las otras religiones sobrevivieran y poder así seguir librándose del fortísimo tributo.

En la época de la siembra, por ejemplo, los soldados del emir vigilaban y tomaban la mies directamente, en el campo. Nada de «tolerancia» por tanto, sino cínico interés económico. Los turistas que visitan admirados las grandes mezquitas o los palacios de los emires musulmanes, como la Alhambra de Granada, no saben que aquellas maravillas se erigieron matando de hambre a los «protegidos». Si, en el mundo cristiano todo se ha erigido con el dinero de las limosnas voluntarias de los creyentes, todo, o casi todo, en el mundo musulmán ha sido construido con los sacrificios impuestos a los creyentes, pero de otras religiones. Una realidad ignorada en muchos discursos de cierto tercermundismo occidental.

El «rodillo» matrimonial. ¿Cómo se entiende, entonces, la lenta pero inexorable islamización de tantas vastísimas regiones como por ejemplo el norte de África u Oriente Medio, sedes de cristiandades problemáticas, cierto, pero siempre florecientes? Precisamente el ser problemáticas explica por qué a los invasores árabes se les han abierto las puertas: mejor ellos (de los que, a menudo no conocían la doctrina) que la dependencia de Bizancio o la lucha entre varias sectas e Iglesias. Cuando los creyentes de Alá se hicieron dueños de la zona, sólo las primeras generaciones cristianas y judías soportaron el apabullante estatuto de «protegidos». Serlo no significaba sólo tasas y humillaciones, sino exclusión de cualquier papel en la vida social, reservada exclusivamente a los musulmanes. Actuó también, con potencia, el rodillo de la implacable ley matrimonial: quien se enamoraba de una mujer islámica debía convertirse también él para poder casarse con ella. Sin embargo, el musulmán que se enamoraba de una cristiana, desde el momento de la boda ella se convertía en compañera en la fe musulmana. En cualquier caso, el paso al Corán era -y es- irremediable.

Alguno ha comparado ya el Islam con una trampa: fácil y agradable la entrada, que no requiere catecumenado alguno, sino sólo recitar ante dos testigos la convicción de que sólo hay un Dios, Alá, y que Mahoma es su profeta. Pero con una salida, como toda trampa, imposible: pena de muerte, sin excepción, para quien, una vez dentro, quiera abjurar, renegar de la nueva fe.

Poco o nada, por tanto, se debe en el Islam a una obra «misionera» o de «apostolado» para la cual han faltado desde siempre las estructuras. Falta la «pasión por convencer» que desde los inicios ha caracterizado al creyente en el Evangelio.

Deberíamos ser conscientes de esta lección de historia: más que de «convertir», el mundo musulmán ha tenido, desde siempre, el deseo de «someter». Y es él mismo sólo allí donde existe como amo y donde hay forzosos «protegidos». La diáspora no es su hábitat. De aquí mis dudas fundadas sobre la posibilidad de tomar un Occidente donde no será fácil poner a todos bajo el imperio de la medialuna y de los verdes estandartes del Profeta.

domingo, 6 de febrero de 2011

Acoger siempre toda vida humana y reconocer plena dignidad de enfermos, exhorta Benedicto XVI

VATICANO, 06 Feb. 11 (Fuente ACI )
Al concluir el rezo del Ángelus dominical, el Papa Benedicto XVI alentó a generar una renovada cultura de vida que acoja siempre toda vida humana, especialmente la naciente; y que no vea a los enfermos solo como "cuerpos frágiles" sino y sobre todo como personas cuya dignidad se mantiene intacta.
Al saludar a una delegación de la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Roma en ocasión de un congreso sobre la asistencia sanitaria del embarazo, el Papa señaló que "cuando la investigación científica y tecnológica es guiada por auténticos valores éticos es posible encontrar soluciones adecuadas para la acogida la vida naciente y para la promoción de la maternidad". "Auspicio que las nuevas generaciones de agentes sanitarios sean portadores de una renovada cultura de vida", expresó.
El Papa recordó luego que hoy se celebra en Italia la "Jornada por la vida" y expresó su deseo de que "todos se esfuercen por hacer crecer la cultura de la vida, para poner al centro, en toda circunstancia, el valor del ser humano".
"Según la fe y la razón la dignidad de la persona es irreducible a sus facultades o a las capacidades que puede manifestar,y por tanto no se hace menos cuando la persona misma es débil, discapacitada o necesita ayuda".
De otro lado el Santo Padre recordó que el próximo 11de febrero se celebrará la Jornada Mundial del Enfermo. "Es una ocasión propicia para reflexionar, para rezar y para acrecentar la sensibilidad de la comunidad eclesial y de la sociedad hacia los hermanos y hermanas enfermos".
"En el mensaje para esta Jornada, inspirado en una expresión de la primera Carta de Pedro 'fueron curados de sus heridas', invito a todos a contemplar a Jesús, el Hijo de Dios, que ha sufrido, ha muerto pero ha resucitado".
El Papa resaltó que "Dios se opone radicalmente a la prepotencia del mal. El Señor se hace cargo del hombre en toda situación, comparte el sufrimiento y abre el corazón a la esperanza". "Por eso exhorto –concluyó– a todos los operadores sanitarios a que reconozcan en el enfermo no solo un cuerpo marcado por la fragilidad, sino primero que nada a una persona, a la que se debe dar toda la solidaridad y ofrecer respuestas adecuadas y competentes".