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LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO, SUS PELIGROS Y ALCANCES

martes, 12 de febrero de 2008

El mal disfrazado

Desde que las monarquías terminaron nos han tratado de gobernar elites que se asociaron entre si para que ellos, y solamente ellos, sean siempre elegidos o designados.

Para ello definen la democracia como el gobierno del pueblo por el pueblo y agregan que “la voz del pueblo es la voz de Díos”, por lo tanto, según ellos, el poder emana del pueblo y Dios, quien es el que da verdaderamente el poder, es un estorbo.

Si estudiamos con detenimiento este fenómeno nos encontramos que existe una desesperación grupal para implantar estas ideas individualistas y menoscabar el bienestar general con sus ideologías “modernistas” evolucionistas que van en contra del pensamiento racional, de la política o de la religión.

También nos daremos cuenta que imponen idealismos racionalistas que no es lo mismo que el pensamiento racional. El pensamiento racional siempre nos llevará a concluir que existe un ser supremo y misterioso que es Díos ya que pensar o sentir así es propio de la naturaleza humana, es parte nuestra, y el idealismo racionalista dice que no hay nada más allá de la razón humana (diseñada por estos grupúsculos), una razón humana que no es razón humana.

Para esto sostienen que el pensamiento de que cada uno tiene su propia verdad y que no hay misterio al respecto.

Pero nuestra naturaleza siempre nos lleva a concluir que hay algo más allá de la razón humana y que esto se mantiene en el misterio a menos que nos revelen la verdad, una sola verdad y verdad divina.

Vanos son los esfuerzos de estos grupúsculos porque nadie puede triunfar contra la naturaleza humana, pero tienen algunas batallas ganadas, que no significa haber ganado la guerra. Lo lamentable es que en cada batalla ganada arrastran al error a buen número de personas de buena voluntad malográndoles la oportunidad de encontrar a Dios y recibir su paz.

Para centrar, me refiero a los autodenominados “librepensadores” que se agrupan secretamente y maquinan contra toda institución que defienda que el poder viene de Dios atacando todo lo que proviene de El. Sus principales blancos son:

1.- La razón que brota del alma que es lo que nos distingue de los animales y Dios nos creo así,

2.- La política que es el arte de gobernar y ese arte es un don que Dios da, y

3.- La religión que nos la administra la Iglesia y ella pertenece a Dios.

¿Pero de donde vienen estos “librepensadores”?¿quien los originó?¿como se puede saber quienes son para defendernos de su contaminación? Estas preguntas tienen sus respuestas leyendo detenidamente lo que ellos creen que son sus orígenes, la leyenda de Hiram Abiff, a saber:

La leyenda de Hiram Abiff

La maestría masónica explica que estando cerca la terminación del Templo, Salomón encargó a Hiram Abiff que realizase el diseño de todas las obras de decoración del Templo. Éste instaló el taller de fundición en una explanada no lejos del Jordán y otorgó a los masones tres categorías: Aprendiz., Compañero y Maestro, enseñándoles signos, toques y palabras de paso. Habían 70.000 aprendices, 8.000 compañeros y 3.600 masones.

Cuando el Templo estaba a punto de ser terminado, la reina de los sabeos Balkis, princesa cuya belleza era célebre en todo Oriente, viajó a Jerusalén para conocer a Salomón, pero el encuentro no resultó del todo afortunado. Balkis, tras conocer por el cuervo Hud-Hud un asunto relacionado con la cepa de vid que se encontraba junto al altar, recriminó a Salomón: “para asegurar tu propia gloria has violado la tumba de tus padres; y esta cepa...” Y éste respondió con serenidad “que en su lugar elevaré un altar de Porfirio y de maderas de olivo, que haré decorar con cuatro serafines de oro”. “Esta viña -dijo Balkis- ha sido plantada por Noé, tu antepasado. Al levantarla de cuajo has cometido un acto de rara impiedad. Por ello, el último príncipe de tu raza será clavado en este madero como un criminal. Pero el suplicio salvará tu nombre del olvido y hará llover sobre tu casa una gloria inmortal”. Balkis añadió que quería conocer a Hiram Abiff y, finalmente, lo consiguió. Tras conocerlo, argumentó que deseaba conocer a los masones y Salomón se negó. Pero el genial maestro masón por excelencia, Hiram Abiff, subió en ese instante a un bloque de granito y con la mano derecha realizó un signo parecido a la T, relacionado con Tiro, Tubalcaín...; y los masones se reunieron y guardaron un silencio y una quietud asombrosos.

Algunos días después de los hechos narrados, Bedoni, ayudante y fiel discípulo de Hiram Abiff, sorprendió a tres compañeros: Fanor el sirio (albañil), Anru el fenicio (carpintero) y Matusael el judío (minero), planeando sabotear la obra. Y la obra resultó momentáneamente saboteada, provocando que un Bedoni desesperado por no haber advertido a tiempo a Hiram se lanzase a la ardiente lava. Hiram Abiff, desolado por el fracaso, se retiró llorando y entonces soñó el sueño más importante de su vida. Tubalcaín lo transportó al Monte Zión y al centro de la tierra y le transmitió la tradición luciferina más pura y excelsa:

“De la fundición que brilla enrojecida en las tinieblas de la noche se alza una sombra luminosa. El fantasma avanza hacia Hiram, que lo contempla con estupor. Su busto gigantesco está presidido por una dalmática sin mangas; aros de hierro adornan sus brazos desnudos; su cabeza bronceada encarnada por una barba cuadrada, trenzada y rizada en varias filas, va cubierta por una mitra de plata dorada; sostiene en la mano un martillo de herrero. Sus ojos, grandes y brillantes, se posan con dulzura en Hiram y, con una voz que parece arrancada de las entrañas del bronce, le dice:

-Reanima tu alma, levántate hijo mío. Ven sígueme. He visto los males que abruman a mi raza y me he compadecido de ella...

-Espíritu, ¿quién eres? (pregunta Hiram)

-La sombra de todos tus padres, el antepasado de aquellos que trabajan y que sufren. ¡Ven! Cuando mi mano se deslice sobre tu frente, respirarás en la llama. No temas nada. Nunca te has mostrado débil...

-¿Dónde estoy? ¿Cuál es tu nombre? ¿Adónde me llevas? (dice Hiram)

-Al centro de la Tierra, en el alma del mundo habitado. Allí se alza el palacio subterráneo de Enoc, nuestro padre, al que Egipto llama Hermes y que Arabia honra con el nombre de Edris...

- ¡Potencias inmortales! (exclama Hiram) Entonces es verdad. ¿Tú eres...?

-Tu antepasado, hombre, artista..., tu amo y tu patrono. Yo fui Tubalcaín.

Llevándole como en un sueño a las profundidades de la Tierra, Tubalcaín instruye a Hiram Abiff en lo esencial de la tradición de los cainitas, los herreros, dueños del fuego.

En el seno de la Tierra, Tubalcaín muestra a Hiram la larga serie de sus padres: Iblis, Caín, Enoc, Irad, Mejuyael, Matusael, Lamec, Tubalcaín...

Y entonces le transmite a Hiram la tradición luciferina: Al comienzo de los tiempos, hubo dos dioses que se repartieron el Universo, Adonai, el amo de la materia y el elemento Tierra, e Iblis (Samael, Lucifer, Prometeo, Baphomet), el amo del espíritu y el fuego. El primero creó al hombre del barro y lo animó. Iblis y los Elohim (dioses secundarios) que no quieren que éste sea un esclavo de Adonai, despiertan su espíritu, le dan inteligencia y capacidad de comprensión. Mientras Lilith (hermana de Iblis, Samael, Lucifer, Baphomet...) se convertía en la amante de Adán (el primer hombre) enseñándole el arte del pensamiento, Iblis seducía a Eva y la fecundaba y, junto con el germen de Caín, deslizaba en su seno una chispa divina (según las tradiciones talmúdicas Caín nació de los amores de Eva e Iblis, y Abel de la unión de Eva y Adán).

Más tarde, Adán no sentirá más que desprecio y odio por Caín, que no es su verdadero hijo. Caín dedica su inteligencia inventiva que le viene de los Elohim, a mejorar las condiciones de vida de su familia, expulsada del Edén y errante por la tierra.

Un día, cansado de ver la ingratitud y la injusticia, se rebelará y matará a su hermano Abel.

Caín aparece ante Hiram Abiff y también le explica su injusta situación, añadiendo que en el curso de los siglos y los milenios, sus hijos, hijos de los Elohim e Iblis, trabajarán sin cesar para mejorar la suerte de los hombres, y que Adonai, celoso tras intentar aniquilar a la raza humana tras el diluvio, verá fracasar su plan gracias a Noé, que será ‘avisado por los hijos del fuego’.

Al devolver a Hiram a los límites del mundo tangible, Tubalcaín le revela que es el último descendiente de Caín, ‘último príncipe de la sangre’ del Ángel de Luz e Iblis, y que Balkis pertenece también al linaje de Caín, que es la esposa que le está destinada para la eternidad”.

Tras regresar al Templo conducido por Tubalcaín, Hiram Abiff está aturdido por el sueño y las visiones, acaba la obra y se une a Balkis.

Casi terminadas las obras del Templo de Jerusalén, tres compañeros que veían difícil ser admitidos en la maestría masónica, decidieron conseguirla por la fuerza. Apostados cada uno en una puerta del Templo, invitaron a Hiram a desvelar sus secretos. Como éste no quiso revelarlos, cada uno le asestó un golpe (uno con una regla sobre el gaznate, otro con una escuadra de hierro sobre el pecho izquierdo y un tercero con un mazo en la frente) y lo hirieron de muerte. Los asesinos escondieron el cuerpo sin vida de noche en un bosque, plantando sobre su tumba una rama de acacia (símbolo de la inmortalidad y la maestría). Hiram fue descubierto y vengado. Su cuerpo reposó en el Monte Zión, a unos pocos metros de la Puerta de Zión.

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